sábado, 28 de diciembre de 2013

REL: Él tenía 12, yo 14

Mi nombre es Christopher. Ahora tengo 18 años, pero me gustaría contarles algo que me sucedió cuando tenía 14 y que marcó mi vida para siempre.

Primero tienen que saber que soy mexicano. Los mexicanos no tenemos mucha fama de ser los más guapos del planeta, pero yo creo que tengo lo mío. Soy alto, mido 1.80 m., de piel morena, delgado (aunque cuando tenía 14 era más delgado que ahora), uso el cabello corto y éste es de color negro. Solía usar patillas, pero ya me las he quitado. Mis facciones, aunque se notan de adolescente / adulto, no han perdido mucho de la inocencia que tuve entonces, cuando niño. Mi nariz es mi atractivo principal en mi rostro, ya que es delgada y, como decimos en México 'respingada' (quiero decir, levantada, parada). Mis ojos son café oscuro, tengo las cejas pobladas y soy muy velludo. No lo era entonces...


Uno sabe desde niño que le gustan otros niños si ya se es gay desde entonces; es decir, si es tu caso y miras en retrospectiva, te darás cuenta de que tus 'amigos' de la infancia, lo eran porque te gustaban, y que a las niñas siempre las viste como 'tus mejores amigas'. Cabe aclarar que no soy obvio, es decir, no soy afeminado, ni amanerado. Si me vieses, lo último que pensarías sería que soy gay. Nunca fui obvio, de hecho. Pero como te decía, se dan los casos de que desde siempre sabes quién eres, qué quieres y qué te gusta, pero hace falta un sólo momento para que estés seguro o simplemente te des cuenta.

A mi siempre me gustaban mis compañeros que eran mis amigos, sobre todo por dos partes del cuerpo que son como fetiches para mí: el tórax (panza, barriga) delgado (no marcado, aunque no le diría que no a un abdomen bien trabajado) y los pies. De hecho, son los pies, y en especial aquellos que usan sandalias, lo que me atrae bastante de un hombre. Pero no cualquier par de pies con sandalias... no; tienen que ser unos pies muy lindos, mas bien femeninos. Delgados, sin imperfecciones... esos son los pies que me gustan. 


En fin. Nunca me atreví a confesarle a ninguno de mis compañeros que me gustaba. No lo sabía, si sabes a lo que me refiero, pero hacía cualquier cosa para estar con ellos, verles sin camisa o en sandalias, etcétera. Pero llegó una persona con la que me atreví a mucho más que eso.

Un detalle más que debes saber, amigo lector, es que siempre exploré mi cuerpo en busca de placer; al menos desde que recuerdo. Mis padres me dejaban sólo la mayor parte del tiempo en casa, ya que mi padre trabaja todo el día, y mi madre, puesto que tengo un hermano menor muy latoso, siempre lo llevaba al parque o a divertirse, así que me quedaba solo. Y así, estando solo, me desnudaba y pensaba en mis compañeros, imaginándome qué sería estar con alguno de ellos así, en cueros, abrazándolo. Esto sería desde los doce años, más o menos. Y ya tenía algunas pequeñas erecciones, pero no sabía cómo masturbarme... de hecho no sabía que existiese algo como eso. Me gustaba repegar mi pene erecto en el piso o en la fría pared del baño, y así hasta que se me bajaba la erección. Cada vez que estaba solo lo hacía, en mi cuarto o en el baño, y me excitaba la idea de hacerlo en un lugar público o con alguien más. Una sola vez logré mi cometido en público pero a escondidas... lo hice en el baño de un salón de fiestas, durante el cumpleaños de una prima; me encerré en una de las cabinas del baño, y como apenas se ve por debajo de las puertas, me quité toda la ropa... ¡no sabes qué sensación! el picor y el morbo de ser descubierto me excitó aun más, y restregué mi pene como nunca en la pared del baño. Incluso cuando practicaba Tae-Kwon-Do, en los vestuarios, llegaba antes que nadie, me quitaba toda la ropa y hacía lo mismo un rato. Pero siempre seguía haciéndome falta estar con alguien... alguien que compartiera esa misma necesidad de quitarse la ropa y tocarse.

Si has llegado hasta aquí, has hecho bien. Sé que mi historia vale la pena, y aunque lo anterior pudo ser un poco aburrido, se pone más interesante mientras lees. Paso a contarte, pues, el relato.


Mi familia es muy católica. Aquí en México, de hecho, la mayor parte de la gente es católica. Y así fue como, después de haber hecho la Primera Comunión a los trece años, mi madre casi me obligó a ir a unas clases de religión, una especie de preparación para la Confirmación. Al principio me negué, pero mi madre insistió y amenazó con tantas cosas que no pude hacer más que ir. Y qué bien me hizo, amigo, qué bien me hizo.


Las clases eran en un terreno que estaba junto a la Iglesia de cerca de mi casa, en unas bancas de piedra improvisadas, todos los sábados. Allí llegué a mi primera clase, y me senté junto a un vecino mío, llamado Luis. Este muchacho es delgado (y sigue siéndolo), tenía doce años en aquel entonces, es de piel trigueña (no muy moreno, pero tampoco blanco), ojos café claro, cara lindísima, muy de niño, cabello castaño claro; y ese día, amigo..., ese día, ¡llevaba sandalias!. ¡Qué visión! Un niño por demás hermoso, pero que en ese momento no lo vi más que como mi vecino, al que un par de veces había visto en las calles jugar pelota o 'bote pateado' y sólo eso, nada extraordinario.

Al terminar la clase de ese día, a las cinco de la tarde, iría a mi casa, comería algún refrigerio y me desnudaría pensando en cosas lindas en mi recamara o en mi baño, ya que estaría solo hasta bien entrada la noche. Pero no sucedió tal como lo había planeado. Mi vecino, Luis, se regresó conmigo con rumbo a nuestras casas, platicando de cualquier tontería de la televisión y de lo aburrida que fue la clase. Había olvidado por un momento mi plan, ya que la plática fue amena y muy interesante. Cuando llegamos a mi casa, ya que no parecía querer irse a la suya, invité a Luis a comer, a lo que aceptó gustoso.


Entramos. Mi casa no es grande, pero es bella y acogedora. Se sentó en la sala y serví de comer alguna tontería. Hasta ese momento no se me había ocurrido que a él pudiese gustarle quitarse la ropa con otro hombre, ya que hablábamos de niñas y todo eso durante la comida. Al terminar lo invité a mi cuarto a ver algo de televisión y a jugar con mis figuras de acción. Cuando se sentó en mi cama lo pensé. Pasó por mi mente cómo se vería ese hermoso niño sin ropa, conmigo sin ropa también. Pero no se me ocurría nada. Hasta que se me iluminó la mente y pregunté:


- Luis, ¿te importa si me pongo cómodo? - le dije sin sonar insinuante.

- No. Por mí está bien - dijo sin más.

Mi intención no era sólo quitarme la camisa, sino quitarme toda la ropa (excepto quizá el calzoncillo), ponerme la bata de después del baño y claro, unas sandalias. Así lo hice, y al salir a él no le importó. Me vio como si no hubiese hecho nada del otro mundo. Luego seguimos platicando de cosas de la escuela, y le conté que tomaba clases de Tae-Kwon-Do, a lo que me contestó:

- Oye, ¿y ahí tienes tu uniforme?

- Sí, no me gusta dejarlo en la escuela.

- A ver, póntelo.

No me lo tuvo que pedir dos veces. Me acerqué a mi cajonera, saqué el uniforme y acto seguido me despojé de mi bata y las sandalias. Al verme así se turbó un poco, pero lo disimuló pidiéndome que le enseñara algún movimiento. Le hice una demostración y él pareció quedar complacido. Me volví a mi ropa normal, él dijo que debía irse, y así lo hizo.


Esa primera experiencia despertó en mí el deseo de hacer más. De ir por más, de buscar que él también se quitara la ropa... ¿pero cómo? era difícil decírselo de frente sin que dejara de hablarme o se enojara. Pensé incluso qué le podía decir a su papá. La única manera era hacer que pareciese un juego... y un juego fue lo que se me ocurrió.


Esa misma semana, después del primer sábado que entró a mi casa, pensé en la estrategia perfecta. Un juego, cualquiera, en el que el castigo fuera quitarse toda (aquí sí, TODA) la ropa. Y el jueves se lo hice saber. Al principio como que se quedó sorprendido, pero lo convencí con el pretexto de que ambos éramos hombres, que no había nada de malo y todo eso. Y aceptó que la próxima vez que no hubiese nadie en mi casa fuese a llamarlo (él siempre estaba jugando en la calle) para probar. Lo que más recuerdo es que al final me dijo: -"Pero te bañas, ¿eh?"-  Reí diciéndole que sí.

No tuve que esperar mucho. Ese viernes mis papás llevaron a mi hermano menor al doctor. Era seguro que saldrían toda la tarde, así que en cuanto se fueron, salí con el corazón latiéndome con mucha fuerza a buscar a Luis. A mis 14 años nadie jamás me había visto desnudo que no fuesen mis papás. Pero ese día sabía que algo más podía pasar. Salí a buscarle, pero no había nadie en las canchas de básquetbol jugando, así que me fui más allá a los terrenos baldíos (hoy ya hay casas ahí) y ahí estaba, jugando con unos amigos. En cuanto me vio, se hizo de mil excusas para dejar a sus amigos, y se fue conmigo a mi casa.

Entramos. Mi casa nos recibió con silencio, un silencio de muerte, y fuimos directo a mi recámara. Teníamos camas gemelas, así que yo me senté en una y él en otra. Frente a nosotros estaba el televisor. Luis preguntó:


- ¿Y a qué vamos a jugar?

Yo ya tenía pensada una estrategia mejor que la que le conté el día anterior. Se me había ocurrido que nos quitáramos alguna o algunas prendas de ropa en competencia. El primero en quitársela correría a encender la tele (que estaba frente a nosotros, ya lo dije, pero algo lejana) y quien ganara le ordenaba al otro qué otra prenda debía quitarse. Así, el primero en quedar con poca ropa debía quitársela toda. Luis accedió.


Jugamos un poco, hasta que quedamos en pantalones, ya sin calcetines, zapatos o playeras. Así que como estábamos iguales, el próximo en encender la tele quedaba con ropa y el perdedor se quitaba todo. A la cuenta de tres, muy a propósito perdí, para quedar desnudo frente a él. Yo tenía ya catorce años y una erección que no te imaginas, así que me quité todo, me puse las manos en mi pene y mis huevos y me puse frente a él, que ya se vestía. Luis dijo:

- Pero quítate las manos también, para ver...


Retiré mis manos y mis 12 cm. salieron a relucir. Yo estoy incircunciso, así que mi prepucio descubrió un glande rosa violáceo y un pene ya algo grueso. Luis dijo:


- Oye, qué grande lo tienes.

A lo que respondí:

- Los hay más grandes.

- Pero el tuyo se ve chido. (chido es 'bien', 'cool', 'cojonudo')


Fui a donde mi ropa a vestirme, y él se quedó pensando. No dijimos nada, hasta que le pedí una revancha. Él se negó, ya que se veía que le daba miedo quedar así como yo (a la mejor lo intimidé, no porque sea muy grande, que no lo es, sino porque el de él era un pene pequeño de doce juveniles años) pero al final lo convencí. Acordamos ya vestirnos, pero el primero en quitarse la playera y encender la tele ganaba. Lógica y fácilmente gané, pero él no quería quitarse la ropa. De hecho dijo que prefería otro castigo. Pero casi lo obligué, y entonces dijo: 


- Doy cinco vueltas sobre mí mismo con los pantalones bajados... no más.

Estaba en el momento de mi vida. Se bajó los pantalones, luego los calzoncillos... y descubrió un pequeño pene, lindísimo, como de 4 o 5 cms., incircunciso. Comenzó a darse de vueltas, y miré sus nalguitas... ¡qué nalgas aquellas! blancas, redonditas y bien marcaditas, con una raja de culo hermosa. Mi erección estaba a mil, así que después de dar sus vueltas, se vistió correctamente. Yo medio me vestí, lo acompañé a la puerta y se fue. Adivinarás entonces qué hice en cuanto se fue, paciente lector... regresé a mi cuarto, me despojé de la poca ropa que aún llevaba puesta, y en el suelo calmé mis ansias, esta vez tocándome, pensando en lo que había visto y que fue sólo el principio de lo que después seguiría.


Al otro día no pude hacer más que pensar en Luis toda la mañana, hasta que la bendita clase de en la tarde, del maravilloso sábado, me llevaría a volver a verle. Antes de salir de mi casa, al diez para las cuatro, mis padres me informaron con tristeza que no saldrían esa tarde, ya que habría visitas en casa. No les dije nada, contesté con un "aja"... pero en realidad me estaba muriendo del coraje... ¡no habría juego aquella tarde! De todos modos no hice un coraje delante de ellos; dije muchas cosas feas antes de llegar a mi clase a las 4.


No había llegado nadie, más que unas niñas que estaban correteando por el patio... y Luis. Lo tenía allí, frente a mí, sentado como esperándome (aunque claro, no me esperaba específicamente a mí). Cuando llegué lo saludé. Me respondió el saludo diciéndome:


- Oye... ¿hoy también vas a estar solo?


Moví la cabeza negativamente, muy desilusionado.

- Qué mala onda; yo creo que hoy sí te ganaba... tengo ganas de volver a verte.

No tuve tiempo ni de sentirme más enojado o contento, porque llegó nuestra maestra a clase. Al terminar Luis me acompañó a mi casa, pero sólo me dejó en la puerta. Ya estaban en casa las visitas. Así que, excusándome, me metí al baño a quitarme, por centésima vez en mi vida, la ropa.

Nuestro siguiente encuentro no tuvo lugar hasta el martes después de aquel triste sábado. Mi madre saldría de compras con mis tías, y como ella sabe que no me gusta quedarme con mi hermano (por muchas razones...) se lo llevó. Fue entonces mi oportunidad. Eran las cinco de la tarde cuando salí al patio donde jugaban siempre los niños. No tuve que ir a ninguna otra parte. En cuanto Luis me vio, les dijo a sus amigos que tenía que irse, y yo por un lado y él por otro (como si nos hubiéramos puesto de acuerdo) llegamos a mi casa. En la entrada me pregunta: 

- ¿Te bañaste?

- Yo siempre me baño, todos los días.


Entramos a mi casa y directamente nos fuimos a mi recámara, la de las camas gemelas. En ese momento, en cuanto se sentó en la cama, le dije: 


- ¿Tienes ganas de jugar?

- ¿A lo que jugamos el otro día? 

Le afirmé como respuesta. Dijo que de eso no tenía muchas ganas en ese momento. Para no mostrarme muy desesperado, le dije que estaba bien. Pero no podía dejar que eso pasara así nada más. Me quejé del calor y me quité la playera. Él dijo que era cierto, que hacía calor, e imitándome se despojó de su playera. Ambos, sin playeras, nos acostamos a ver la televisión. Pero entonces el deseo pudo más, y le dije: 


- Oye, ¿por qué no nos quitamos todo, nada más así? no tiene nada de malo.


Sé que ahora suena muy directo e insinuante, pero en aquel momento debió sonar tan inocente que él dijo: 

- Okay, pero quedamos en calzones. 

Acepté. Ese día, aún lo recuerdo, llevaba unos calzones que eran muy parecidos a un traje de baño tipo bikini, de color azul rey, de tela satinada. Yo llevaba unos similares, pero de algodón y de color rojo. Y fíjate, ahora que lo recuerdo y que veo cómo sucedió, creo que tuve mucha suerte. Cualquier otro muchacho no hubiese aceptado nada de esto desde el principio, o me hubiese acusado... pero era yo también un niño, y no medía las consecuencias de lo que hacía. De todos modos, bien valió la pena.


Estando pues los dos en esas condiciones, cada uno acostado en una cama, apagué la tele. Le platiqué que un amigo me había dicho de un juego en el que podías hacerle como si estuvieras con una mujer. Lo único que tenías que hacer era ponerte encima del otro, como si fuera una mujer el otro, y poner una almohada entre las caras, para no verle el rostro. Eso era, por supuesto, invento mío, y un paso más para acercarnos. Primero no quería mucho, pero lo convencí.   ¿Te das cuenta? Las cosas se sucedieron muy rápido, sobre todo porque él aceptaba de inmediato mis 'ideas', que ahora que las repaso, pues eran muy inocentes... pero eso sí, bien efectivas.

Me tocó a mí primero estar debajo, ya que Luis sería el 'hombre'. Me puse una almohada pequeña y liviana en la cara, y él se me subió encima (todavía teníamos puestos los calzoncillos). De momento fue una sensación más bien incómoda, ya que sólo se me subió, pero no me abrazó, no hizo nada... y de repente quité la almohada. Él no dijo nada, al parecer él también creía que ese objeto hacía estorbo, así que siguió ahí un rato. Cuando decidió bajarse, yo creí que eso daría por terminado el juego. Pero me sorprendió, como me dio otras sorpresas muchas veces después, diciéndome:


- La tienes bien grande otra vez, ¿verdad?

Yo que tenía una erección incontenible, me toqué el pene mientras afirmaba con la cabeza. Luis dijo entonces:


- ¡A verla!

Como si sólo hubiese estado esperando esa oportunidad, me despojé de mis colorados calzoncillos, dejando al aire mi erecto pene, a la vista de Luis. Él se sentó en la cama en que estaba, y yo frente a él, sin nada que me cubriese. Me vio. Llamó mucho su atención el que estuviera descubierto el glande, que ya había visto la otra vez. Entonces, para estar en igualdad de condiciones, le dije que él también debía quitarse sus calzoncillos. Se los quitó, y así, desnudos uno frente al otro, me hizo algunas preguntas con respecto a que si a él también le llegaría a pasar lo mismo, que si le saldrían vellos (ya tenía unos cuantos) y no sé qué más. En ese momento sentí un deseo incontenible de tocarlo, abrazarlo y quizá hasta de besarlo. Sólo me atreví a lo primero, preguntándole: 


- Oye, ¿puedo tocártelo?

Dirás tú en este momento: ¡qué directo! y a la mejor estás en lo cierto. Pero fue tan instintivo que él dijo que sí, pero sólo si él podía tocarme también. Lo hicimos. Puse mi mano en sus pequeños genitales, y se sentían tibios. Conforme jugaba con ellos, su pene se puso un poco duro, un poco levantado... se sentía tan bien. Tocó entonces el turno a Luis tocarme. Primero comenzó con mis huevos, que estaban algo blandos. Jugó con ellos y los apretó un poco. Me quejé diciéndole que me lastimaba y los soltó. Pasó entonces con mi pene, y lo primero que hizo fue jugar con mi prepucio, hasta que con él cubrió mi glande. Lo bajó y lo subió un par de veces. Se sentía tan bien, sabiendo que dos manos de un hermoso niño de 12 años jugaban con mi pene (y, entonces no lo sabía, comenzaba a masturbarme) hasta que vio el reloj y dijo que tenía que irse. Me entristecí un poco, pero me sentí feliz por lo que había pasado, así que lentamente nos vestimos, lo acompañé hasta la puerta y lo despedí. Entré a mi casa con el corazón latiéndome muy fuertemente, una erección incontenible, y la seguridad de que ya nada sería lo mismo en mi vida.

Esos fueron los dos primeros encuentros, en los que todo estaba lleno un poco como de pena, como de curiosidad, pero conforme Luis se acostumbraba a entrar a mi casa cada vez que había la oportunidad, las siguientes veces fue menos difícil que termináramos en cueros. Hicimos muchas cosas diferentes en otras ocasiones, pero ninguna que fuese digna de contarse aquí. Por ejemplo, nos frotábamos el pene con almohadas, nos tocábamos más, etc. Pero fíjate que siempre nos teníamos que inventar un juego o algún pretexto para desnudarnos. Llegó un día (yo creo que ya llevaríamos unos tres meses desde que empezó el juego) en que al entrar a mi casa y pasar a mi recámara, lo primero que hicimos, sin decirnos nada, fue desnudarnos. Entonces lo llevé, así como estaba, a recorrer mi casa. Dirás entonces, ¿por qué hasta ahora? ¿que no la había visto suficiente? Ahora que lo pienso, lo único de mi casa que hasta entonces había visto era la entrada y el camino a mi recamara. Así que ese día, yo con una gran erección (que era costumbre) y él con una pequeña (empezaba a salir de su letargo aquel pequeño pene) fuimos a la sala, donde nos sentamos en el mismo sillón... qué bien se sentía la textura de los sillones en mi piel desnuda, y más sabiendo que otro niño estaba conmigo en ese momento. Fuimos luego a la cocina, donde el frío de los azulejos del piso nos mostró una sensación diferente. Y ahí, en la cocina, estaban entre los vasos unos cigarros y un encendedor. Luis los tomó, y me preguntó:


- Oye, ¿puedo tomar uno?

- ¿A poco sabes fumar? - le respondí sorprendido... yo no sabía.

- Sí, en la tierra natal de mi papá hacía mucho frío el año pasado que fuimos, y para que se quite, fuman, así que me enseñaron.
- Entonces toma uno, pues.


Lo hizo. Sacó un cigarro del empaque, lo encendió con presteza y fumó como un buen experto. Era una experiencia muy diferente a todas las vividas hasta entonces. Un muchacho de 12 años y medio, desnudo y semi excitado, frente a mí, que estaba desnudo y también semiexcitado, fumando. Me ofreció del cigarrillo, pero sólo lo puse un momento en los labios como para no desairarlo, aunque no chupé nada en absoluto. No lo terminó, lo apagó en el lavadero, lo tiró a la basura, y fuimos directo a la recámara a acostarnos un rato.


La parte más interesante de ésta, podríamos ya considerar, 'relación', llegó algunas semanas después. Entramos a la recámara de mis papás, que estaba iluminada sólo por las tenues luces del marco de la luna del tocador. Estaba tendido allí, completamente desnudo, y junto a mí, Luis, en las mismas condiciones, cuando le pregunté:

- Oye, ¿qué se te ocurre que podamos hacer, estando así, desnudos?


Y me respondió:

- Pues yo sé de algo, pero no creo que se pueda - contestó un poco desilusionado. Sabía exactamente a qué se refería, y dije:

- Pues yo sé que entre hombres sí se puede, lo leí en alguna revista. - Y en realidad era todo lo que sabía, ya que en alguna ocasión leí algo sobre homosexualidad, pero nada más.

- ¿Y cómo? - preguntó él. Así que le expliqué:


- Bueno, primero debes voltearte boca abajo - cosa que hizo.


Y acto seguido, estando como estábamos, me le monté encima de su espalda, soltando todo mi peso... ¡no sabes qué sensación, querido lector! sentir su piel suave bajo de mí, y saber que estaba por fin realizando algo que quería desde hacía mucho tiempo. Pero aquí viene la parte que más me hace enojar de sólo recordarla. En aquel entonces no tenía idea de cómo debía penetrar. Cierto es que tenía una vaga idea, pero no pude hacerlo. Así que sólo traté de hundir mi erecto pene entre sus nalguitas, entre sus piernas, pero no conseguía gran placer. Seguí así un rato, hasta que me cansé. Entonces Luis dijo: "me toca a mi"; me voltee ahora boca abajo, y él se me subió encima. Era genial... no sentía su peso, pero sí una sensación agradable, de saber en qué posición nos encontrábamos. Entonces levantó su cuerpo, me abrió mis nalgas y encajó allí su pequeño pene, que en ese momento se sintió pequeño, pero duro. Acto seguido, se dejó caer sobre mí. Pasó sus brazos por debajo de mis axilas, y comenzó a jalarse de mis hombros con las manos, y repitió mis movimientos pélvicos, de arriba abajo, abajo arriba, y así siguió, moviéndose cada vez más rápido, mientras mis manos acariciaban sus nalgas, lentamente. Pasado un rato se cansó también del juego, así que nos acostamos. Y entonces sucedió algo imprevisto y romántico. Estando yo acostado, se repegó a mi lado, y pasó su brazo sobre mi pecho. ¡Me abrazó! Fue algo genial, tan rico que sólo de recordarlo me da un poco de nostalgia.

Esa fue nuestra primera experiencia más de cerca. Por esos días yo seguía sin tener idea de cómo penetrarlo, así que las siguientes veces que lo hicimos repetimos el proceso que ya te describí. La primera variación fue cuando él no quiso estar boca abajo, así que se volteó viéndome a la cara, y yo seguía tratando de encajarle mi pene... en medio de las piernas. Así sucedió, hasta el día en que, estando así, le toqué sus labios con los míos, y le dije una frase que escuché en alguna película, cuando un inexperto joven aprendía a besar: "dame tu lengua" fue lo que le dije, estando así de cerca... él abrió su boca, y entonces mi lengua tocó la suya... ¡mi primer beso! sabía dulce, sabía rico, a un néctar preciado que te ha costado mucho conseguir, y cuya sensación no se ha repetido jamás. Después del beso, dejé de moverme. Él estando boca arriba, yo sobre de él... y me deslicé hasta que mi cara estuvo justo frente a su pequeño pene. Lo miré, y él levantó la cabeza para verme. Le pregunté así, directamente: "¿te lo chupo?" Él me miró un tanto asombrado, y levantó los hombros diciendo: "si tú quieres...". Abrí mi boca y me metí su pene con todo y sus huevos, los lamí lentamente, esparcí saliva... olía y sabía un poco a orines, pero después de la impresión, en lugar de asco me dio gula... el sabor desapareció, seguí, lo lamí, subía y bajaba por ese pequeño aparato, lenta y rápidamente según me decía Luis. Después de eso le tocó subirse encima de mí, se movió como lo había hecho en otras ocasiones, y aunque no eyaculaba aún, supongo que sí sentía un placer hasta que se cansaba y me dejaba.


Muchas veces más se repitió esta experiencia, en variadas formas y tiempos. Había veces en que mis padres no salían por toda la tarde, sólo media hora o una cuando mucho, así que no nos desvestíamos... sólo nos bajábamos los pantalones y nos dábamos mutuamente. Por esta época aprendí a masturbarme, después de jugar con mi pene, y cuando le mostré a Luis cómo se hacía, él me contaba que lo intentaba en su casa, pero que no le salía el 'liquido ese' que me había salido a mí.

Pero, como muchas historias, esta también llegó a su fin. Mis padres, y en específico mi madre, dejaron de salir a la calle, así que ya no me quedaba sólo en casa. Al principio me molestó, pero pues me tuve que acostumbrar a dejar de verme con Luis.


Así pasaron los meses... hasta el que fue nuestro último encuentro. Luis ya tenía 13 años, y yo ahora tenía 15. Nos habíamos visto poco, aun siendo vecinos, porque estudiaba en la tarde y yo en la mañana, y los fines de semana se iba con su papá a no sé dónde. Pero llegó un miércoles, lo recuerdo bien. Invitaron a mis papás a una fiesta, a la cual no irían toda la tarde, sino más bien a dejar un regalo. Máximo una hora. Yo tenía mucha tarea, así que no fui. Pero en cuanto me senté frente a los cuadernos y junto a mi ventana... pasó frente a mi casa Luis, que iba en patines. Yo en casa, sólo, y él allí... salí corriendo para hablarle, y le dije que no había nadie en mi casa. No dijo nada, pero sí me sonrió pícaramente. Entramos. Le conté que disponíamos de menos de 45 minutos, así que no nos quitamos la ropa, ni él se quitó los patines. Entramos a mi recámara, nos bajamos los pantalones únicamente, luego los calzoncillos... y allí estaba. Ese pene que había dejado de ver por unos meses ya no era el mismo que me 'penetraba' en otras ocasiones. De un marrón más intento, más grande y más grueso, descapuchado, era ya un pene no de niño, sino de adolescente. Hablamos poco, él sólo hizo un movimiento como mostrándome su nuevo juguete... y no le dije nada. Ahora sé que debí decirle un cumplido, algo especial. Sólo me acosté en mi cama, pero no a lo largo sino a lo ancho, con las espinillas tocando el borde de la cama. Con sus patines y con un poco de esfuerzo, Luis me montó; abrió mis nalgas y encajó su pene que ya estaba erecto, aproximadamente 10 centímetros. Ahora sí lo sentí, aunque no me dolió mucho (de hecho, no me dolió). Su peso era mayor a como lo recordaba. Comenzó con movimientos pélvicos más rítmicos, aquellos que le daban placer, y lo hizo durante no sé cuántos minutos. Comencé a acariciarle las nalgas, y yo creo que el instinto me guió para comenzar a meterle un dedo en su virgen y pequeño ano. Lo hice. No se quejó, al contrario, parecía disfrutarlo. Pero el peso y la incomodidad de la posición hicieron que me empezara a lastimar mis piernas con el filo de madera de la cama. Se lo hice saber diciéndole: "espérate, me voy a cambiar de posición", pero él no dijo nada... entre gemidos de placer alcanzó a esbozar un: "aguántame"... se movía cada vez más y más rápido, y yo le metía cada vez mas profundamente el dedo en el ano, soportando el dolor en las piernas, y de repente dejó de moverse... me apretó el pecho con fuerza con sus brazos y luego me repegó a él una... y otra... y otra vez... y ya no se movió... sólo podía escuchar su respiración agitada, y algunos gemidos... Al voltearme y cambiar de posición por mis doloridas piernas, vi la cosa más maravillosa... unos hilillos de líquido transparente le corrían por las piernas, salidas directamente de su pene. Alcancé a decirle: "ya ves, ya te salió" y en eso sonó el motor de un auto en el estacionamiento. Temiendo que fuesen mis padres, le pedí que nos subiéramos los pantalones, lo despedí a la salida... y esa fue la última vez que estuve con él.

Luis sigue siendo mi vecino. Ahora, como dije al principio, ya tengo 18, y él tiene 16 años. No me he podido quedar sólo en casa últimamente, pero cuando llega a suceder salgo a buscarlo con la esperanza de verle. Pero él ya no es el mismo. Dejó la escuela y se dedica a hacer pillerías con otros vecinos, así que no creo que quisiera hacerlo de nuevo. No sé qué piense, o si él es gay o hetero... a la mejor hasta bisexual. Lo que sí sé es que, como mi primera experiencia, jamás voy a olvidarla...


Si te agradó mi relato, envía comentarios a
chrisventura@latinmail.com

lunes, 23 de diciembre de 2013

REL: Los extraños gustos de mi hijo

La verdad es que hasta hace poco tiempo no sabía nada de estos temas, pero al ver esta página me he decidido a contar algo que comenzó a ocurrir hace casi un año y que ha cambiado mi vida por completo. He visto que la mayoría de las historias que aquí aparecen están contadas por hombres así que no les vendrá mal una historia real contada por mí, una mujer. Tengo 37 años y estoy casada, con un hijo de 14 años, un buen trabajo y hasta hace unos meses mi vida era de lo más normal. Yo creo que me conservo bien, me cuido y tengo todavía un cuerpo bonito, aunque era hasta antes de la historia una mujer bastante discreta y recatada. Mi vida sexual no era gran cosa, bastante monótona pero tampoco yo echaba nada de menos. Nunca he sido muy ardiente y mi marido se limitaba a cumplir cuando tocaba.

Todo esto se transformó cuando empecé a notar algo un poco extraño. Me dí cuenta de que algunas veces la ropa de mi cajón de prendas íntimas estaba un poco desordenada o, mejor dicho, colocada de una forma diferente a como yo la solía dejar. Al principio no le dí importancia, pero como se repetía decidí colocar algunas cosas conscientemente de una forma especial para ver si aparecían de nuevo descolocadas. Era una tontería pero comenzaba a obsesionarme. No entendía ni quién ni porqué podía ser.

No guardaba más que mi ropa íntima en el cajón, ni dinero no nada más y sólo había tres posibilidades: mi marido, mi hijo o la chica que limpiaba de vez en cuando en casa. Los dos primeros imposible, luego sólo me quedaba la chica con quien tenía mucha confianza aunque no entendía las razones. Cuando ella recogía mi ropa nunca la guardaba sino que la metía doblada en el armario para que yo la colocara a mi gusto. Decidí preguntarle directamente sin darle importancia. Ella lo negó y dijo que no hurgaba en mis cajones para nada. Se molestó un poco, y yo pensé que lo mejor era asegurarse de qué era lo que pasaba exactamente.

Empecé una caza del personaje misterioso: los cambios seguían pasando y me percaté de que algunas prendas, pantaletas y brasiéres estaban mal dobladas y en alguna ocasión parecían menos limpias de lo habitual. No estaban sucias pero tenian un extraño olor y daban la impresión de no estar bien lavadas. Comencé a inquietarme de verdad. ¿Qué significaba esto?: ¿Se ponía la chica mis prendas íntimas cuando yo no estaba? En seguida adiviné que no era así. Los cambios seguían ocurriendo cuando ella no venía. Sólo dos posibilidades: mi marido o mi hijo. O si no, me estaba volviendo loca, o alguien entraba en casa cuando no había nadie. Me dio miedo sólo de imaginarlo.

Mi marido viajaba mucho por negocios así que pude comprobar que tampoco era él. Los cambios seguían produciéndose. ¿Mi hijo o un desconocido pervertido que andaba por casa? Comencé a sentir pánico. Pensé en llamar a mi marido y decirle que se volviera del viaje, pero la incertidumbre duro poco. Al día siguiente de su marcha volví del trabajo antes de lo habitual y me dí cuenta enseguida de que me hijo estaba rojo como un tomate como si hubiera estado a punto de sorprenderle en algo malo.

Más amable y solícito de lo habitual, comenzó a contarme cosas cuando lo normal era que casi ni me hablara, ya sabéis, la edad. Cuando me fuí a cambiar la ropa y ponerme más cómoda pude comprobar que no sólo mi cajón estaba más desordenado sino también que faltaba una de mis pantaletas que conscientemente había colocado arriba del todo. Precisamente las más coquetas, rosas con encajes y muy ajustadas... que apenas me había puesto. Cuando acabé volví al salón donde estaba mi hijo. Pensé en preguntarle directamente, pero la sola posibilidad de equivocarme y provocar un numerito de adolescente agraviado me paró en seco. Le miraba de reojo y me preguntaba si realmente era posible y por qué. Me voy a dar una ducha, le dije.

Bueno, no fue una ducha sino un baño relajante. De hecho, casi me quedé frita, estaba agotada. Cuando salí del baño, volví a mirar mi cajón, ahora más ordenado y con las pantaletas que faltaban colocadas en el mismo sitio que las había dejado pero más arrugadas y con una mancha en la parte delantera. Ahora sí que no tenía dudas. Mi primera reacción fué la de darle un grito a mi hijo. pero luego lo pensé: me intrigaba que significaba aquello. ¿Mi hijo era homosexual y le gustaba vestirse de mujer con mi ropa? ¿La mancha era que se tocaba con mis pantaletas para masturbarse? Yo ya sabía de los frecuentes "entretenimientos" con sus manos de mi hijo, son cosas, y manchas, que no se le escapan a una madre. Normal, es la edad, no soy una mojigata. pero esto... Decidí esperar a enfriarme un poco y meditar la forma de abordar el problema. Ahora mi hijo me parecía un desconocido, pero un desconocido que me preocupaba. Esa noche tuve un sueño en el que mi hijo andaba por casa vestido con mi ropa, y la falda se levantaba por su erección.

Al día siguiente decidí hablar de ello con mi amiga Elvira. Era psicóloga y había trabajado una época en temas de sexología. Todavía recordaba cómo nos reíamos en las cenas cuando empezaba a contar casos raros de manías y perversiones. Quedamos para comer juntas. Mi hijo tenía una excursión y yo me fuí a comer con ella. No fué hasta el final de la botella de vino cuando me atreví a contarle lo que pasaba. Esperaba que pusiera cara de alucinada pero me miraba sin inmutarse. Le pregunté: ¿mi hijo es marica o un travesti de esos?, ¿está mal de la cabeza?, ¿debería llevarlo a un psicólogo?, etc... Ella sonreía. Le parecía divertida mi angustia. Finalmente me explicó que no debía preocuparme tanto: no era tan raro. Podían ser muchas cosas... fetichismo por la ropa intima, complejo de Edipo, también tendencias homosexuales pero no le parecía por lo que yo misma le había comentado de las revistas que sabía que tenía escondidas y de su medio novia.

En cualquier caso pudiera ser que todavía estuviera definiéndose sexualmente. O simplemente experimentaba. Lo que sí me aseguró es que lo peor que se podía hacer era intentar cortar traumáticamente con esto, con broncas, imcomprensión y psicólogo de castigo. Lo mejor es que le fuera tanteando, intentara sonsacarle poco a poco, buscando maneras de introducir el tema sin alarmarle demasiado, etc... Algo imposible pensaba yo. Y si lo que me preocupaba era la homosexualidad primero debía pensar que no tenía mucha posibilidad de cambiar las cosas y lo único que podía hacer era intenta provocar situaciones que me dieran datos sobre su tendencia sexual. ¿Cómo? No sé... las madres tenéis mucha imaginación. En consecuencia, me había quedado más tranquila pero no sabía que hacer.

Pasó el tiempo, y aunque pasaba menos a menudo mi cajón seguía recibiendo las visitas de mi hijo. Había retirado las prendas más provocativas y había dejado sólo mi ropa interior más austera. No encontraba la forma de plantearlo a mi hijo sin desatar ninguna bronca, ni quería decírselo a mi marido, bastante estrecho en sus convicciones morales. Me acordé de algo que había dicho mi amiga: lo mejor es vencer a la tentación sucumbiendo a ella. Me fui a comprar lencería sugerente: pantaletas y brasieres sexies, alguna combinación, incluso medias, no panties, que yo jamás había usado. Había decidido facilitarle las cosas a mi hijo pensando en que se hartaría de ello. Si quería ropa íntima de mujer yo se la iba a facilitar. Mudaría mi verdadera ropa a un lugar más seguro y que él utilizara ésta cuanto quisiera, a ver que pasaba.

Así fue: el descubrimiento debió ser una fiesta para él ya que el cajón apareció más desordenado que de construmbre. Enseguida descubrí su predilección por las bragas rosas con encajes y puntillas, ajustadas, de lycra sobre todo...y las transparencias... También los camisones aparecían arrasados. las medias sin embargo, aunque aparecían mal dobladas, no parecía que se hiciera nada con ellas...quizás miedo a romperlas y delatarse. También decidí averiguar cual eran los gustos de mi hijo: mujeres u hombres. Si estabamos solos en casa, veía la tele con él... buscaba las películas con más escenas fuertes que antes me hacían sentirme íncomoda si estaba él para ver como reaccionaba... o programas donde salían chicas poco vestidas.

Me parecía que como a todos los chicos se le iban los ojos detrás de las chicas jóvenes con pechos grandes. De repente, comencé a notar que a veces me miraba de una forma especial. Si iba con bata y al sentarme se habría un poco descubriendo los muslos... o llevaba una falda un poco corta... o su mirada se iba tras el escote... Bueno esas cosas. Decidí provocar un poco la situación: si mi hijo miraba incluso a su madre de esa manera era que no le desagradaban las chicas, ¿no? Comencé a pasearme por la casa con poca ropa, con combinaciones cortas, bata entreabierta. A ponerme las faldas más cortas que tenía y las blusas con menos botones. También a dejar la puerta entreabierta cuando me cambiaba, dejando ver aunque claro hasta un cierto límite. Parecía que aquello le gustaba ya que cuando era así buscaba mi compañía... y notaba sus miradas furtivas. No sé por qué pero pensé que tenía que asegurarme.

Otra noche de viaje de mi marido fui al cajón famoso y saqué algunas de las prendas que había comprado para él. Saqué las pantaletitas de lycra que tanto le gustaban... me desnudé y me las puse. Fue una sensación: la tela se ajustaba a mis partes más íntimas como una segunda piel y tenían un tacto delicado y sensual... me encantaron. Pero lo más fuerte es que no pude evitar pensar que él se había frotado ahí con ella... o se las había puesto. Era como si rezumaran sexo y sentí una excitación desconocida pra mí... un cosquillleo que no podía controlar. Los pezones se me pusieron duros al instante. Decidida me puse el sujetador a juego y por encima un camisón cortito de tirantes que transparentaba un poco... lo suficiente para adivinar la forma de las pantaletas bajo la tela. Me sentía por primera vez en mucho tiempo sexy y estaba como borracha de sensaciones. 

Nerviosa fuí al salón.

Él estaba viendo la tele como siempre. ¿Has visto mi bata? le pregunté. Su mirada sorprendida recorrió mi cuerpo centímetro a centímetro. Me pareció una eternidad... me sentí tocada por sus ojos, por su imaginación. Sus ojos se detuvieron intentando adivinar las pantaletas que llevaba debajo. No la he visto, contestó sin mirarme a los ojos. Volví a la habitación acalorada y excitada. No pude evitar acaricarme por encima de la ropa, por encima de esas pantaletas que antes habían rozado su cuerpo, su sexo y que seguro él volvería a tocar. ¿Pensando en mí? Estaba avergonzada pero no me podía controlar. Una ducha de agua fría sería lo mejor, o eso dicen.

Bueno, ya estaba claro que las mujeres no le desagradaban... pero seguí provocando sus miradas como excusándome porque quería asegurarme cuando en realidad ya lo sabía. Empecé a comprarme más lencería sugerente, no de esa pequeña y hortera, pero si prendas de tacto sensual, con encajes, transparencias, ajustadas... Comencé a cambiar de gustos con la ropa... faldas cortas, medias, vestidos vaporosos... ropa más femenina y más insinuante. Olvidé la separación que había hecho de la ropa que realmente me ponía y la que dejaba en el cajón para que él la cogiera. Sentía como si compartieramos una intimidad muy especial a través de mis prendas íntimas.

Era como recuperar un vínculo con mi hijo sólo que ahora tenía un regusto erótico al que no me podía sustraer. Mi hijo estaba encantado evidentemente con los pases de modelo en lencería, o la visión de mis piernas con medias casi del todo descubiertas por la brevedad de mis faldas y vestidos, o las transparencias de mis blusas. Pero no sólo era eso. En el trabajo empezaban a mirarme algunos hombres de otra forma: notaba sus miradas clavarse en mi espalda, o recorrer mis piernas hasta el borde de mi falda cuando me sentaba. Al compañero que normalmente se sentaba enfrente comenzaron a caérsele continuamente las cosas al suelo y a la vez que las recogía notaba como se demoraba buscando ver bajo la sombra de mi falda. Para mí era como volver a ser una jovencita, sólo que ahora me sentía dueña de la situación y la disfrutaba. Sentía renacer mi cuerpo, como se volvía más suave y dulce.

Más sensual y me provocaba sensaciones que no había sentido nunca. Tenía unas piernas largas y bien formadas pero sólo ahora disfrutaba luciéndolas. Siempre había pensado que mi pecho era demasiado grande pero ahora me parecía el colmo de la sensualidad y lejos de ocultarlo lo remarcaba con sujetadores ajustados y escotes. Y no sólo eran los chicos: comencé a fijarme como vestían otras chicas del trabajo. Me fijaba en como se marcaba su cuerpo bajo las ropas, que prendas se ponían y espiaba en el baño la ropa interior cuando había ocasión. Empecé a entender que había algo muy erótico en todo ello y sentía que comprendía algo más a mi hijo. En especial, una de mis compañeras de trabajo, Rosa, me parecía el modelo a imitar. Nunca iba demasiado estridente ni descarada pero había algo en su formad de vestir y comportarse que la hacía muy insinuante... Y no sólo para mí.

Llegué a comprarme un modelo de sujetador porque se lo había entrevisto a ella en el baño y fue una visión erótica con la que soñé varias veces. ¿Qué me estaba pasando? Se me ocurrió una forma de justificarlo: quería volver a sentirme atractiva y deseada, ya se sabe, cerca de los cuarenta, buscando recuperar la pasión de su marido (nunca la tuvo), y recuperar la confianza consigo misma... ese rollo que me contaría Elvira. El caso es que mi marido seguía sin hacerme caso a pesar del cambio evidente en mí y yo cada vez tenía más sueños eróticos.

Pero lo que seguía siendo el colmo del placer culpable y vergonzoso era la intimidad que compartía con mi hijo a través de mis prendas íntimas. Ahora sólo me ponía las prendas de ropa interior que sabía que él usaba para masturbarse... y en el colmo del morbo comencé a acariciarme. Masturbarme más bien con las bragas puestas para a continuación ponerlas en el cajón sabiendo que mi hijo cogería esa prenda llena de mis flujos vaginales.

Tenía que hacer algo. O cortar del todo o algo parecido.Y se dió la ocasión. Mi marido de viaje otra vez. Bueno, otra vez paseo en combinación por casa... mi hijo que me mira... que a pesar de ser viernes no quiere salir con sus amigos y cena en casa. Le digo "hoy cena especial". Le preparo su plato preferido, me ducho y me visto de fiesta para él. Falda de vuelo muy vaporosa y cortita, blusa sin mangas que deja transparentar la combinación corta que llevo por debajo y medias color marfil. El vino de la cena hace el resto. En la sobremesa, una copa sirve de espuela y le digo a mi hijo: "¿Que te parece el modelo que llevo hoy?". "Estás muy guapa, mamá." responde. Sigo preguntándole cosas cada vez más abiertamente: ¿Te parece que tu madre es todavía atractiva para otros hombres? y cosas así.

Él se deshace en alabanzas. Pero su mirada se pierde en el borde mi falda, cada vez más arriba casi sin enterarme. Estas medias son nuevas así que se me bajan un poco le digo mientras me las ajusto subiendo un poco más la falda y dejándole ver el final de las medias, mis muslos y la puntilla de mi combinación. Veo por primera vez claramente su bulto bajo el pantalón y por primera vez intento imaginarme como será su pene en erección. Me estoy mojando. Me dejó recostar sobre el sofá y mi falda se sube hasta que deja descubiertas no solo mis piernas sino el principio de mis pantaletas. Noto su mirada como si penetrara la tela a través de los encajes y me tocara directamente pero no me muevo. Estoy un rato así... él hace verdaderos esfuerzos por disimular hasta que le digo: ¿Te gustan mis pantaletas? Se pone colorado. Me subo más la falda: las conoces bien... me las has cogido muchas veces.

Ya no está colorado, está escarlata y veo que el bulto se ha bajado de golpe. No quería avergonzarle así que intento arreglarlo: no te estoy riñendo... en realidad me gusta compartir ese secreto contigo y quiero que continúes haciéndolo. No se esperaba eso y me miraba extrañado. Sigo: entiendo lo que debes sentir (no lo tenía muy claro) y me gustaría que no me lo ocultaras... que tengamos eso en común. Él con cara de incredulidad: te refieres a que no te importa que me ponga tus... calzones , me dijo casi susurrando (o sea que realmente se las ponía... no sólo se tocaba). Claro que no... respondí. Si quieres te puedes poner algo estando conmigo no tienes porque esconderte... es más... me gustaría que lo hicieras ahora. Puedes ponerte como quieras. Su cara se iluminó. Lo que nos esperaba era que me dijera: me gustaría ponerme la ropa que llevas tu ahora. Si decía que sí no había marcha atrás. Mis pantaletas estaban totalmente empapadas. Espera aquí le dije. Me fuí a mi habitación me quité toda la ropa y me puse el camisón más transparente que tenía y unas pantaletas rosas tipo tangas casí transparente por los encajes. Mis pezones destacaban bajo la tenue tela oscuros y durísimos .

Volví al salón con la ropa en la mano. Póntela, le dije. ¿Todo?, preguntó... Sólo lo que quieras, le dije, es como si fuera tu ropa. Cuando se retiró a su habitación me quedé diciéndome a mi misma... Estás loca, loca, loca... Antes de que acabara de reñirme a mí misma volvió él con la combinación puesta: parecía a punto de estallar... él era ya más corpulento y ancho que yo. Llevaba también las medias puestas y se marcaba muchísimo bajo la tela de la combinación, las pantaletas y el bulto que era imposible de ocultar. Pese a lo que me había imaginado otras veces no era un imagen ridícula lo que veía... sino una mezcla de femenino y masculino que me resultaba irresistible. Y además era como si mi cuerpo que había sido rozado antes por esas prendas le acariciara a él ahora. Déjame ver como te queda.

Él volvía a estar rojo como un tomate y temblando... pero ahora su erección no bajó. Le subí la combinación. Te tienes que ajustar un poquito mejor las pantaletas le dije mientras ponía voz casi indiferente. Pero mis piernas temblaban más que las suyas ante lo que veía. Bajo la tersa y fina tela de las pantaletas se marcaba con nitidez un pene erecto y más grande de los que imaginaba que comenzaba a mojar la tela con una mancha oscura de humedad que casi podía oler.

Demasiado para mí. Realmente deseaba no sólo ver más sino tocar y... bueno. Es hora de ir a dormir dije, reuniendo todas las fuerzas de las que era capaz. Espero que duermas con esa ropa y que cojas siempre que quieras mis prendas si te apetece. Tendremos ese secreto en común ¿está bien?. Buenas noches, hijo. Me dí la vuelta corriendo para no ver su cara decepcionada y me fuí a la cama. No hay que decir que me masturbé como una posesa pero al final me había controlado. Me decía: está bien, no has hecho nada malo. Lo que decía Elvira, desdramatizar y dejar que las cosas sigan su curso, ponérselo fácil para que supere su manía. Pero estaba cachonda no lo podía evitar.

A la mañana siguiente era como si nada hubiera pasado. Me desperté como si hubiera sido un sueño nada más. Pero no lo era: me fuí a preparar el desayuno y vi de refilón que me hijo se había despertado y que estaba en el baño. Me puse la bata para tapar un poco mis ropas tan evidentes y fui a su habitación a avisarle del desayuno. Acudió enseguida y se tomó el desayuno en un dos por tres sin decir nada y después se fue corriendo con la escusa que tenía partido con los amigos. Me quedé cortada. Por un momento pensé que había sido demasiado lo de la noche. Fui a su habitación: pero allí no encontré la ropa que le había dejado. Fui a la mía, ¿la habría devuelto? Tampoco.

Entonces miré en el carto de baño en el cesto de ropa sucia... Allí estaba... la combinación sólo que ahora con su olor tan masculino, las medias arrebujadas y... las pantaletas hechas una bolo y llenas de... no podía ser... pero era... llenas de su semen. Se acaba de venir en mis pantaletas cuando le había visto meterse en el baño. Aquello fue más de lo que podía soportar, estaba como hipnotizada, como en trance... no pude aguantarme pasé un dedo y me impregne del cálido y viscoso jugo y lo chupé. Probe el semen de mi propio hijo. Después las pasé rozando mis pezones. Quería venirme de nuevo... Me fuí a la habitación me puse las pantaletas empapadas en su leche y me masturbé sintiendo como mojaban mi vagina. Apretaba con un dedo metiéndome la tela dentro de mis labios vaginales. Tuve el orgasmo más fuerte de mi vida.

Extenuada me dije a mí misma que no volvería a pasar hasta que sonó el teléfono: era mi marido. No volvía esta noche... lo que me daba otra noche más a solas con mi hijo. Mi promesa no duró, empecé a planear lo que pasaría cuando volviera él del partido. Había que vencer la tentación sucumbiendo a ella.

Volvió a comer serio y esquivo. No hice ningún comentario. Sabía que si fuera una situación normal él se iría después de comer a su habitación a leer o jugar con el ordenador. Así fue, pero sobre su cama le había dejado las ropas más incitantes de todo mi arsenal. Entré al cabo de un poco, no se había puesto nada y casi no me miraba. ¿Así que no me miras?, pensé.

Él estaba mirando la pantalla de su ordenador... frente a la cama. Así que dije en voz alta: Bueno... si no te gusta esta ropa... me la pondré yo. Lentamente, me comencé a desabrochar la blusa. Noté su mirada clavada en mí. Sin mirarle a él pero enfrente suyo me saqué la blusa mostrandole mis pechos a punto de estallar en el sujetador negro que llevaba, más pequeño de lo que debía. Me desabroché la falda y comencé a bajarla poco a poco.

Cuando le mostré del todo mis pantaletas, mi corazón palpitaba y los pezones querían salirse de los pechos. Después... como había visto en las películas me alisé y ajusté las medias acariciando insinuantemente mis piernas desde los pies hasta el final de mis muslos, mientras le miraba. Él ya no miraba la pantalla sino a su madre, ardiente y llena de fantasías a punto de estallar, y por primera desde que todo había empezado, no esquivaba mi mirada sino que la sostenía con ese brillo de deseo y fascinación que a mí me incitaba a ir cada vez más lejos. Me puse de espaldas a él y casi sin respirar me quité el brasier. Aunque no podía ver mis pechos por la posición era como si me los estuviera acariciando. Apoyé mis manos en la cintura de mis pantaletas y las bajé repentinamente mostrando mi culo desnudo.

Estaba completamente desnuda delante de él y me sentía como una colegiala: como aquella vez que jugando de niños con mi primo nos desnudamos del todo uno frente al otro. Sólo llevaba las medias puestas y me giré para coger la ropa que había en la cama y durante un breve instante él pudo ver mis pechos grandes pero aún en forma y el vello de mi sexo. Y pude ver bajo la mesa que él se tocaba bajo el pantalón mientras seguía mirando sin perder detalle.

De espaldas de nuevo me puse las pantaletas y el brasier que había cogido de la cama: era un conjunto rosa de encajes. Me dí la vuelta y mirándole a los ojos le pregunté: ¿qué pasa, no te gusta este conjunto?... pensaba que te gustaría. Me gusta... me gusta mucho... dijo con un hilo de voz y temblando. Ven aquí que te lo pongo... dije mordiéndome el labio cuando lo ví caminar con su pantalón entreabierto y el inmenso bulto bajo los calzoncillos. Le quité la camiseta y le bajé los pantalones. Sentada en la cama comencé a bajarle los calzoncillos. Su polla, porque era su polla aunque hasta ahora sólo hubiera podido pensar en ella como su pene o su sexo, saltó como un muelle a escasos centímetros de mi cara. Estaba hinchadisima pero con la punta aún cubierta por el prepucio.

No me pude aguantar: acerqué mi mano y suavemente le descubrí el capullo que ya estaba goteando. Pensé que se iba a correr ya mismo sobre mi cara pero aguantó. Mi lengua asomaba por entre los labios deseando lamer esas gotitas que perlaban su punta enrojecida. Me levanté y me volví a sacar el sujetador y las pantaletas: él, inmóvil, estaba tan cerca de mí que mientras lo hacía sentía el roce de su punta en mi piel. Cuando me agaché a recoger las pantaletas que me había quitado su capullo rozó mi pecho.

Le acaricié el cuerpo con ellas y susurré: ¿seguro que quieres que te las ponga?. El asintió sin decir nada. se las puse lentamente. Cuando estaba a punto de cubrir su polla con los encajes no pude resistir más y le dí un lametazo a ese capullo que apuntaba directamente a mis labios rojos. Sentí su sabor más íntimo y caliente de su líquido preseminal en mi boca. Se las acabé de ajustar y mientras le decía cosas dulces y lo bien que le quedaban comencé a acariciarle el sexo por encima de los encajes. Lo tumbé en la cama y el empezó a tocarme los pechos yo le llevé su mano a mi coño y mojé sus dedos para luego llevarlos a su boca. Era como si me tuviera un orgasmo suavemente pero sin parar. Me puse a darle besos por encima de las pantaletas... estiradas totalmente por su erección y luego a lamerlas... a soltar toda mi saliva sobre ellas hasta empaparlas. Me metí su punta en la boca sintiéndola a través de la tela y noté como se contraía... no me aparté. Sentí su leche saliendo a borbotones... atravesando la tela de las pantaletas e inundándome la boca del líquido más viscoso, caliente y sensual del mundo. Lo chupé todo mientras hundía mis dedos en el coño con los espasmos de mi último orgasmo.

Cuando logré incorporarme su semen resbalaba por mis labios mezclándose con el carmín rojo. Él estaba con cara de felicidad tumbado con los ojos cerrados y yo no me sentía avergonzada como había imaginado, sino satisfecha y más unida a mi hijo que nunca. Se durmió. Eso como todos. Durante el resto de la tarde él estuvo vestido con mis ropas y yo me vestí como a él le apetecía: es decir, provocativa.

Esa noche dormimos los dos en la cama, ambos con camisón de satén y con muchas caricias y juegos placenteros hasta que nos dormimos. Aquella situación no duró mucho... no podía llegar. Nunca quise que hicieramos el amor hasta el final y enseguida él comenzó a tener interés en otras personas. Abandonó la ropa interior femenina, al menos la mía... Pero en mí había cambiado algo que ya no podía parar... pero eso es otra historia.

CATALINA

domingo, 22 de diciembre de 2013

REL: Cuando una madre ve crecer a su hijo

Hola, esta historia se las cuento porque me impacto mucho cuando una amiga que tengo en el MSN me lo contó, el cual quiero compartirlo con todos ustedes:


Soy colombiana, tengo 33 años de edad, casada, tengo un hijo maravilloso fruto del amor entre mi esposo y yo, él en la actualidad tiene 16 años, nosotros somos como uña y carne, nos confiamos todo, somos una familia unida, desde que nació siempre lo bañaba con ternura, y como yo no lo le hice la circuncisión cada vez que lo bañaba siempre le lavaba su penecito con mucha ternura.


Con mi esposo disfrutamos mucho del sexo, él viene de tiempo en tiempo, pero cuando estamos en nuestra alcoba yo me comporto como una puta, pues lo primero que hago es agarrar su garrote y se la chupo de la forma más deliciosa, primeramente se la acaricio y seguidamente meto lentamente en mi boca llena de saliva, y se la muerdo despacito en el glande yo se que eso le fascina a él, siempre cuando se la chupo me encanta mirarlo como disfruta de la mamada que le doy, cuando la excitación es mas fuerte me trago todo ese tronco hasta que llegue hasta lo más profundo de mi garganta, siento que mi conchita se derrite, porque se encuentra empapada, después de que se la chupo, él me hace el sexo oral, es fascinante sentir su lengua recorrer todo los rincones de mi ser, me vuelvo loca y no reparo si mi hijo escucha o no de las cogidas que me doy con mi esposo, por cierto él tiene su cuarto un poco distante del nosotros.


El tiempo transcurría, mi esposo se ausentaba mucho tiempo por su trabajo y yo siempre paraba con mi hijo, desde pequeño lo acostumbre a bañarse conmigo en la ducha desnudos los dos, pero desde que tenía 10 años veía que ya su organismo reaccionaba a las hormonas que posiblemente empiezan a realizar su trabajo en todo ser, yo lo notaba porque siempre que lo bañaba y tocaba el turno de lavarle su penecito comenzaba a tener erecciones, pues yo hacía como si no tuviera importancia al comienzo, y se lo lavaba al igual cuando era un bebé, pero cuando cumplió los 13 años ya su pene había desarrollado un poco, una vez recuerdo que cuando nos bañábamos y le comencé, por cierto siempre tenía erecciones cuando lo hacía, comenzó a eyacular, y yo no dije nada, me hice de la vista gorda y lo comencé a limpiar, desde allí comencé a sentir algo en mi ser, cada vez que nos bañábamos él me miraba de otra manera, y eso me excitaba y me gustaba lavarle el pene, entonces sucedió que cada vez que lo bañaba lo miraba como hombre y no como hijo.


Por esa fecha el me confesó que se sentía atraído por Sandra, la vecinita que tenía la misma edad que él, y lo aconsejaba, que tuviera valor y le hablara y le dijera cosas bonitas que las mujeres nos encanta, pero él era demasiado tímido.


A él le gustaba bañarse conmigo y siempre me lo pedía, y yo encantada, el baño era como decir nuestro lugar más privado donde él podía verme desnuda y yo verlo desnudo, era costumbre el bañarnos así, pero una vez terminado el baño, yo era su madre y él mi hijo, y siempre parábamos vestidos.


Yo cuando lo bañaba y le lavaba su pene disimuladamente lo masturbaba, eso me encantaba, él lo disfrutaba, y casi siempre últimamente eyaculaba y yo se lo limpiaba y lavaba.


Un día después de bañarnos nos dirigimos desnudos al cuarto, yo desnuda me eché bajo las sabanas, y él me dijo que también quería descansar conmigo, el cual encantada lo dejé. Así desnudos nos echamos bajo la sábana, me quedé dormida, al rato desperté bruscamente con mis propios gemidos, y al despertar me encontraba agitada, con mi mano en mi vagina masturbándome seguramente porque había tenido un sueño húmedo y al voltear veo a mi hijo un poco asustado mirándome pero con el penecito de apenas 13 cm pero bien paradito seguramente al verme como me masturbaba, y yo como me encontraba cachonda me abalancé sin decir nada más y me metí en la boca todo su pene, y cuando miré sus ojos, los había cerrado y veía que gozaba que su madre se la chupara, chupé, mamé, de arriba hacia abajo, me podía meter todo su pene con gran facilidad, él disfrutaba al máximo, y a los pocos minutos con 2 después de haber empezado estalló su semen, inundando mi boca, yo me lo tragué todo, era delicioso, limpié todo residuo que hubiera con mi lengua.


Después nos abrazamos y nos dormimos, hasta el otro día, yo me levanté temprano, para preparar el desayuno para que se vaya al cole, él bajo y se sentó en la mesa, yo me hice como si no hubiera pasado nada, y él también hizo lo mismo, así pasó 1 mes, hasta que vino su padre, esa noche quería descargar todo mi deseo con él, pero ocurrió algo, él se vino rápidamente y me dejó con las ganas al poco rato ya estaba durmiendo, entonces me comencé a masturbar, pero el recuerdo de mi hijo me venía a la mente y no pude resistir más y salí de mi cuarto y sigilosamente me dirigí al cuarto del fondo donde dormía mi hijo, abrí su puerta, estaba oscuro pero podía distinguir su cama me acerqué y me metí por debajo de las sabanas y lo primero que hice es bajar su trusa y comenzar a chupárselo como loca, creo que despertó porque de inmediato, comenzó a acariciarme mi cabeza cuando se lo estaba mamando sentí que se vino, pero dada a su juventud en ningún momento perdió su virilidad, y no pude resistir me subí encima de él, agarré su pene y lo comencé a dirigir a mi cueva que estaba con ganas de follar, y comenzó a entrar en mi concha esa rica carne de mi hijo y como una loca comencé a cabalgar en él, sentía muchísimo placer, que nunca pudo darme su padre, yo gritaba no me importaba si me escuchara el vecindario, lo estaba disfrutando sentía como los orgasmos venían uno tras otro, me acerqué a él y lo comencé a besar introduje toda mi lengua y jugueteábamos con ellos, era lindo, después de quedar rendido de tanto hacer el amor, me dirigí a mi alcoba.


Desde ese día soy más dichosa que antes, ahora cuando no esta mi marido cojo con mi hijo en cualquier lugar de la casa, él me ha pedido que no me ponga ropa cuando estamos en la casa, pues ando en cuero eso le encanta a él.


...Bueno espero que les haya gustado el relato de mi amiga que es 100 % real.

martes, 30 de abril de 2013

Big Time Rush TIME!!!


Hi, everyone! As I just wrote in the title it's Big Time Rush TIME!!! Yes, that means that for the moment I'm kind of obsessed, or maybe just kind of a crush, with Big Time Rush! Yeah, those guys really rock when it's time to have sexual fantasy and you're just looking for photos of male celebs on the web and really don't know who to choose; well, I just tell you that you got the right guys in front of you. I know, these guys are just kind of that Nickelodeon and Disney Channel stuff, BUT WHO CARES! They're superhot and gorgeous and you could date one of them at anytime you wanted, if you make them get out of the closet. Who knows, maybe they're just that kind of guys band that are just trying to follow the rules and adjust to their good guys role while they pay or just found a way to become more famous and dedicate to act in more professional works, like movies or adult tv series, whatever.


Ok, so why them, aren't those other guys from One Direction hotter? Well, maybe they are but these guys are just simply irresistible! They're very hot too and I think they got the spotlights over their heads before 1D.

Anyway, I can believe how hot they're and actually I had a fantasy with one of them and that's the main reason of my entry here but... GUESS WHAT! I'm just going to start sharing with you photos of the actual guys I found very hot at the time I just look them. Yes, so if you really wanted some more activity in this blog you'll have it. And now, who do you think was the guy that I just had had a fantasy with? Who do you he is? Let me know writing your comments down here and I promise I'll reveal to all of you on my next entry.

'Til then, see ya guys.

Who do you think is part of my fantasy? Let me know with your comments. Thanks :)