jueves, 18 de marzo de 2010

RELATO ERÓTICO - Haciendo el amor con mi padre


Qué dulzura la de un padre haciendo el amor con su hijo, me han penetrado con vergas más pequeñas y algunas más grandes que la de mi padre pero nunca me han vuelto a hacer gozar como lo hizo papá.

Lo había visto en una peli porno en casa de un compañero que acostumbraba a pasar temporadas solo por cuestiones de trabajo de sus padres. Mientras que el negrazo de inmenso miembro negro y punta rosada penetraba salvajemente a una rubia de aspecto frágil, otra escultural muchacha negra de redondos y turgentes pechos introducía, con evidente entusiasmo del negro, un pepino de medianas proporciones por su culo.

Mi compañero me llamó la atención sobre la cara de satisfacción que ponía el dueño de tremenda verga cuando la negra le violaba ferozmente el ojete.

Decidí que tendría que probarlo solo, porque cuando insinué a mi amigo que habría que probarlo si tanto placer proporcionaba, poco menos que me pone de patas en la calle por maricón.

Mis padres están separados y paso temporadas con uno u otra según sus disponibilidades, como si fuese un estorbo imprescindible. En esta ocasión me tocó pasar dos meses con mi padre en la casa de la costa donde estaba veraneando. Mi madre es arquitecta y viaja mucho y realmente es la que mantiene a mi padre y su tren de vida. 

La casa de la playa le tocó a mi padre en el reparto del divorcio y allí pasaba él largas temporadas y allí que fui yo más caliente que los palos de un churrero. La verdad es que en aquella casa bastante alejada del pueblo o se iba a la playa a bañarse o se iba a la playa a bañarse. Mi padre se ausentaba con frecuencia con sus amistades pero siempre volvía a dormir de manera que yo pasaba las horas viendo la tele por satélite en la que los canales porno estaban codificados por mi padre para que yo no los viese.

La tarde de aquel tórrido día de julio en la costa gaditana, aburrido de hacer nada deambulaba por la casa de habitación en habitación, exclusivamente con el tanga puesto, y mirando y rebuscando nada especial, di con la clave que me abriría el paraíso de los canales XXX del satélite y me apresté a darme el hartazgo de carne. Eran las cuatro de la tarde, el servicio se había ido ya y mi padre no volvería hasta las diez al menos. 

Me aposenté, desnudo y me dispuse a gozar. De los seis canales porno dos eran gay, uno más fuerte que el otro. Decidí que el más fuerte sería más adecuado a mi calentura. La peli que estaban proyectando era bastante fuerte y fue la que me dio la idea. A un morenazo de azules ojos le metían por el culo de todo..., y me acordé, ¡el pepino del negrazo! Fui a la cocina y rebusqué. Había dos pepinos, uno más grande y otro más pequeño. Me llevé los dos al salón y fui por la vaselina de mi padre.

- Papá, ¿para qué quieres tanta vaselina? - Para reblandecerme las durezas de los pies y poder quitármelas mejor, Pedro.

Fue una suerte que mi padre tuviese un tubo tan grande de vaselina. Me engrase bien el ojete y a base de imágenes lascivas de la tele y barbaridades que sólo había imaginado en noches de pajeo interminable y creí imposibles de llevar a cabo conseguí meterme, no sin dolor, el pepino chico. Daba un gusto extraño. Al entrar profundamente me producía algo parecido a un orgasmo que estallaba en la punta del pene haciendo salir esperma trasparente que recogía con los dedos y me llevaba a la boca con delectación.

Llegó un momento que necesitaba más y me saqué el pepino pequeño y empecé a meterme el grande. A medida que sentía como el pepino se abría paso dentro de mis entrañas con dolor y placer mezclados en una sinfonía de sensaciones que reclamaban más y más intensidad cada vez, más perdía el sentido de lo que ocurría a mi alrededor. 

En un momento decidí que como no fuese sentándome encima del pepino y dejándome caer sobre él no iba a conseguir meterlo más profundo de manera que apoyé el pepino encima de una mesita auxiliar y me senté encima sintiendo con extraordinario placer que el semen salía blanco traslucido a borbotones sin que por eso el orgasmo se consumase, era un orgasmo raro que me hacía querer más y más, y no pude darme cuenta que mi padre miraba desorbitado desde la puerta como su hijo estaba ensartado por un pepino viendo una película porno en la que lo más suave que se veía era fisting.

Y el mundo se me cayó encima. Mi padre vociferó, di un respingo y el pepino se salió de golpe arrastrando algo más que vergüenza.

- ¡Pedazo de maricón! Así es como tú te diviertes.

Sencillamente me quedé mudo. Mi padre se vino hacia mí rojo, enfurecido dispuesto, mano levantada a cruzarme la cara con su manaza, pero se retuvo. Respiró profundo, fue al televisor para apagarlo en el momento en que al protagonista le metían dos enormes pollas a la vez en su culo y otras dos le enfilaban la boca. Se detuvo, algo que a mí me sorprendió, esperó unos segundos hipnotizado en la pantalla y con evidente apuro, como el que se ve sorprendido en falta no dio al interruptor, tiro con rabia del cable eléctrico. Se me quedó mirando muy serio y me pareció que se recreaba en mi cuerpo aunque no le di pábulo, no podía ser. Pasado un instante me dirigió la palabra.

- Limpia tu mierda del suelo, vete a duchar y vamos a dar una vuelta a la playa, tú y yo tenemos que charlar un rato.

Ni rechisté. Hice lo que me pidió mientras él se servía un whisky con agua y se lo bebía hojeando un libro. Me puse una camiseta corta de esas que se ve el ombligo, unas bermudas de tiro súper corto que dejaba verme el vello azabache ensortijado de mi pubis y me llegaban hasta las rodillas y me presenté en la sala.

Mi padre se acabó el whisky de un trago y al verme tan playero se miró y dijo que él también se cambiaría a algo más a juego conmigo. Regresó con unos vaqueros viejos cortados casi a mordiscos para dejarlo como shorts y una camiseta amplia que disimulaba los incipientes michelines.

Bajamos a la playa y nos encaminamos al extremo de las rocas donde cada cierto espacio se abrían calitas recoletas apartadas de las vista del público. Para llegar a ellas era menester subir y bajar rocas y no eso no estaba dispuesto a hacerlo todo el mundo. Cuando empezamos a caminar me echó la mano por el hombro y empezamos a hablar.

- Venga Pedro, sin ambages, cuéntame por qué te has metido eso en el culo. ¿Es que te excitan esas cosas?

Le hablé de forma entrecortada, con bastante azore, intentando edificar una disculpa plausible, de mi aburrimiento, del recuerdo de aquella peli en casa de Eduardo y de la posibilidad de averiguar si era cierta esa cara beatifica del negro.

- Y qué, ¿era cierto?

Y sin dejarme contestar continuó él, como si diese por hecho que la experiencia habría sido horrible.

- Pedro, hijo esas películas están hechas por actores y aunque se estén muriendo de dolor o de asco ponen caras de placer porque para eso les pagan. ¿Te dolió bastante, verdad? - Al principio si pero cuando tú me sorprendiste papá... - ¿Qué? - La verdad es que gozaba más que si me estuviese masturbando, porque claro..., bueno tú no lo puedes saber.

Me detuve en mi paseo y me puse delante de mi padre para poder explicarle mirándole a los ojos las sensaciones que experimenté.

- Al sentarme sobre el pepino gordo y sentirle entrar en mi cuerpo imaginaba que era una enorme verga que me llegaba hasta lo más profundo produciéndome una especie de calambre deleitoso que acababa estallándome en la punta y me hacía echar una leche líquida y clara que me producía un placer parecido al orgasmo que no se consumía y me invitaba a masturbarme para que el placer aumentase en intensidad, un placer que cuando tú llegaste ya era mareante. No papá, no ha sido desagradable.

Me clavó la mirada en la mía. Yo quería ver reproche en sus ojos pero en lugar de eso leía interés, intención regocijante, gozo alegre con mi relato. Me corté y bajé la mirada y me quedé de una pieza. Por una de las perneras del short de mi padre asomaba un pene más grande y gordo que el pepino que me acaba de meter. La respuesta de mi cuerpo fue inmediata y mi polla se me salió por la cinturilla de las bermudas. 

Miré alternativamente a sus ojos y a su polla y mi padre bajó sus ojos para comprobar si era cierto que se le salía su miembro por el pantalón y vio el mío asomándose al mundo del placer que se anunciaba. Esbozó una sonrisa maliciosa y al tiempo que se desabrochaba el resto de vaquero que se había puesto se me disculpó.

- Lo he intentado Pedro, lo he intentado. He querido ser un padre que te llevase a reflexionar y educarte como se esperaría de mí que me comportase, pero ya ves el resultado. Ahora ya sabes cuál fue el motivo del divorcio de tu madre.

Ya estaba sin short y mientras acababa su disculpa me manipulaba el cordón de mis bermudas y me las quitaba. Saliendo disparada mi polla hacia delante como impulsada por un resorte. ¡Qué suavidad, que dulzura la de un padre haciendo el amor con su hijo!

Después me han penetrado con vergas más pequeñas, casi siempre, y algunas veces más grandes que la de mi padre pero nunca me han vuelto a hacer gozar como lo hizo papá. Tampoco recuerdo haber saboreado un semen tan perfecto como el de él.

No pasó un día que no hiciésemos el amor papá y yo hasta que volví con mi madre. Tardó una semana de trabajo constante hasta darme el capricho de saber lo que era el fist. No conseguí convencerle de que me hiciese saber lo que se siente jugando a scat pero si me hizo gozar del spank y alguna vez que estaba muy excitado hizo pissing lo que hizo que me corriese enseguida. Me lo enseño todo en esos meses de verano y no volví a verle más. 

Mi madre se trasladó a Noruega para hacerse cargo de una obra importante que me apartó de él y cuando reclamaba mi derecho a verle, él me llamaba y se disculpaba. De vez en cuando charlábamos por videoconferencia y nos llegamos a masturbar viéndonos por internet, pero llegó un día que ni de esa forma le veía.

Un día, a punto de terminar mi máster en el MIT, a mis veintinueve años, me llamó mi madre desde España para decirme que mi padre acababa de morir tras una larga enfermedad. Exigí que se dejase de subterfugios y me hablase claro.

- ¿De cáncer, no, de cáncer? - No hijo, de SIDA. Tu padre, hijo...

Los que estaban cerca de mi cuando respondí se sorprendieron del tono y la violencia de la respuesta… - ¡Ni una palabra más!, ¿me entiendes?, de mi padre, ni una palabra más.

Colgué el teléfono desecho en lágrimas. No solo había muerto mi padre, no sólo me había quedado huérfano. Me acababa de quedar sin el amor más grande de mi vida.

FIN