lunes, 11 de agosto de 2008

RELATO: Unos pies en el consultorio de la dentista

Eran todavía vacaciones de verano y como yo en ese tiempo usaba brackets, tenía que llevar un riguroso tratamiento y asistir a todas mis citas con una ortodoncista muy reconocida cuyo consultorio se encontraba en el puerto de La Cruz, una ciudad a casi dos horas de donde yo vivía.

Lo padre de irme a hacer el tratamiento hasta allá era que así viajaba muy seguido a Puerto La Cruz y, tengo que reconocerlo, es una ciudad que me gusta mucho. También me gustaba llevar el tratamiento con esta ortodoncista porque, debido a la gran cantidad de gente que atendía de todas partes del estado, tenía un consultorio muy grande y padre y para atender a todos requería de bastante personal, el cual era bastante profesional.

Las citas me tocaban generalmente los sábados en la mañana o a mediodía. Así que siempre salíamos muy temprano de casa para llegar a tiempo a la cita. Volviendo a lo que pasó ese día específicamente las cosas parecían ir bastante normal: Había llegado a tiempo, me había registrado, así que sólo esperaba a que una de las señoritas me llamara para que pasara con la doctora y sus ayudantes. Como ya había estado varias veces ahí, les platicaré que el consultorio era bastante amplio y atendían a mucha gente a la vez en distintos sillones (de esos que ocupan los dentistas). La mayoría de los que iban a hacerse tratamiento eran niños o adolescentes más o menos de mi edad y un poco más grandes, también me tocó ver un par de veces a algunos adultos.

En fin, todo transcurría normal. Yo estaba esperando mi turno para pasar cuando veo que en eso llega un chico por la puerta corrediza del consultorio a la sala de espera. No era un chico "X" para mí, pues este chico iba vestido tal y como a mí más me gusta ver a otro chico vestido: En chanclas blancas de plástico que podrían ser de Abercrombie & Fitch, Hollister o American Eagle (no me fije muy bien, pero estaba seguro que debían ser de alguna de esas marcas), una playera verde claro (también de Abercrombie & Fitch, Hollister, American Eagle o Aéropostale) y un short/bermuda blanco con bolsas en los lados. La verdad iba bastante cómodo... y cómo no, si era un día soleado perfecto y hacía mucho calor. El chavo debía tener más o menos mi edad, entre 14 y 15 años. Claro que también estaba guapo y se notaba que era lo que podríamos llamar un "chavo cool", yo mientras tanto me sentía intimidado, tenía sentimientos encontrados de envidia (por no poder ser como él) y de excitación. Ya que soy un fetichista de pies masculinos, no resisto cuando veo los pies de otros chicos y la forma en que andan vestidos en los días calurosos, donde por el calzado que usan me permiten ver sus pies, esto sólo aumenta más mi excitación.

El chico llegó y se dirigió a donde estaba la señorita para registrarse y se sentó en el sillón que estaba justo enfrente de donde yo estaba. Yo hice lo que siempre hago cuando veo un chico así y tengo la oportunidad de hacerlo: observar cada parte de su cuerpo y sobre todo sus pies y los movimientos y cualquier otra cosa que hiciera. Se sentó y se puso a leer una revista, y también levantó su pierna izquierda y la cruzó para estar más cómodo, eso a mí me gustó todavía más. Ahora no sólo me permitía ver mejor uno de sus pies sin tener que estar mirando siempre hacia abajo sino que como tenía su pie en el aire y lo movía bastante, yo sabía que era sólo cuestión de tiempo para que en una de esas se le cayera sin querer su chancla y quedara completamente descalzo de un pie, y perfecto porque así podría olerlo y chuparlo... Jajaja, si tan sólo pudiera, pero no me atrevía a hacer un escándalo así y menos en un lugar lleno de gente; y aunque estuviera solo, cómo podría llegar con un chico y decirle: "Oye, me gustan tus pies, ¿te los puedo oler y chupar? Osea, ni en sueños."

Había estado observando a este chico por un rato y como me había gustado decidí, aunque sea, tomarle una foto con mi celular. El problema era que, al tomar la foto, mi celular hacia mucho ruido y para que no saliera oscura debía de activar el flash y, obviamente, me delataría al instante. Pensé en hacer como que estornudaba y tomar la foto en ese momento, pero como se tenía que ver real el estornudo por el movimiento que hacía muchas veces las fotos salieron borrosas. Entonces opté por el video, me levantaría y haría como que me salía del consultorio y después regresaba y me acercaría al chico en chanclas para filmarlo mejor y así registrar con detalle lo mejor de él en movimiento.

Me paré e hice exactamente lo que anteriormente mencioné, nada más que no pude pasar muy cerca de él porque había mucha gente y no quise incomodar a nadie, así que me volví a sentar en mi lugar mientras lo seguía grabando hasta que la señorita lo llamó: "¡Carlos!"

Y para que vean que este relato SÍ ES COMPLETAMENTE REAL, subo el video que grabé para que no quede la menor duda. Eso sí, me disculpo por la calidad del mismo, ya que lo grabé con un celular con cámara de 2.0 megapixeles.



Así es, la señorita lo llamó por su nombre y eso me hizo tener todavía más interés por el chico. Pues ahora que sabía su nombre, quería conocer más sobre él. Me quedé en la sala esperando mi turno, me llamaron también casi de inmediato. Pasé a la parte del consultorio donde estaban los sillones blancos y atendían a varios pacientes a la vez. Tuve suerte y me tocó sentarme a lado de Carlos, claro a una distancia considerable para que las doctoras trabajaran. Estábamos esperando a que vinieran las señoritas a atendernos. Carlos, al igual que en la sala de espera, estaba tranquilamente sentado. Se mantenía serio, aunque estaba seguro de que afuera con sus amigos o conocidos debía ser diferente. Observaba sus pies con las chanclas blancas que calzaba, me excitaba, quería acercarme a ellos y olerlos por todas partes y hasta chupárselos. En eso vinieron dos doctoras y comenzaron a revisarnos la boca y ver cómo íbamos progresando. Comenzaron con lo que normalmente hacían en las consultas: limpiarme los brackets, ajustarlos, etc. Ya en los pasos finales, vi que pasaron a Carlos a otra sala donde estaba también otros sillones blancos, y recordé que ahí era donde por alguna razón a veces me llevaban para hacer algo particular con los brackets. Después de un breve momento momento, la señorita me dijo a mí también que pasara a esa sala. La acompañé, entré y me dijo que esperara ahí, junto con Carlos. Me senté en el otro sillón que había. En eso vi que Carlos había cerrado los ojos, no porque estuviera durmiendo si no porque seguramente estaba aburrido y ya quería irse. Pensé en sacarle plática, pero eso no siempre me resultaba ya que no soy muy bueno haciéndolo.

En vez de eso tuve una fantástica idea que me vino a la cabeza justo en el momento preciso: Carlos tenía los ojos cerrados, así que no podía verme; sus pies, los tenía recostados en el sillón y estaban a nada de que se le salieran las chanclas ya que había pegado sus talones al mueble, ya ni siquiera tenía la parte de plástico entre sus dedos gordos y los índices del pie; sólo faltaba que alguien removiera tantito sus chanclas para que se salieran y él quedara totalmente descalzo. De verdad que era algo muy tentador, pero necesitaba estar completamente seguro de lo que iba a hacer y que él, por ningún motivo, se diera cuenta. Me paré de mi sillón y me acerqué cautelosamente hacia donde estaba, chequé que tuviera los ojos complemente cerrados y puse mis manos enfrente de sus pies. Los nervios los tenía al 100, pensar que en cualquier momento podría abrir los ojos y sorprenderse de verme ahí enfrente de él, intentando quitarle las chanclas de los pies era una imagen para la cual no tenía una excusa coherente. Rápidamente me decidí a hacerlo, era ahora o nunca; tomé las chanclas por los lados y...

De la forma más cuidadosa posible retiré sus chanclas de sus pies, dejándolo completamente descalzo. Rápido puse las chanclas en el suelo, de manera sigilosa para que no se diera cuenta si escuchaba algo. Al agacharme, mi cara quedó justo enfrente de sus pies, tan perfectos y tan suaves que se veían, blancos, con las plantas limpias como si se acabara de bañar. No resistí. Acerqué mi nariz y olí lo más que pude sus pies rozándolos lo menos que podía, casi me corría ahí por lo excitante y estresante del momento. En eso escucho a alguien afuera del cuarto hablando y capto inmediatamente que se trataba de la voz de la doctora. Me levanté como pude sin hacer mucho ruido y me senté en el sillón donde me había dejado la señorita que me atendió primero.

La puerta se abrió y pasó la doctora, nos dijo: "¡Buenas tardes! ¿Cómo están?"
A lo que respondimos: "Bien. Buenas tardes, ¿cómo está?"

En eso volteo a ver a Carlos, parecía sorprendido, pues se había dado cuenta de que ya no tenía sus chanclas puestas y se puso a ver si estaban abajo. Y sí, ahí estaban, en el suelo, justo donde yo las dejé. La doctora nos dijo que iba a revisar lo que nos habían hecho las otras dentistas. Se sentó al lado de mí y me dijo que abriera la boca. Lo hice y me dijo: "Muy bien. Ya puedes irte." En eso me levanté y me dirigí hacia la puerta, pero quería ver qué le iba a hacer a Carlos. Le dijo a él que también abriera la boca, lo revisó y le dijo exactamente lo mismo que a mí. En eso la doctora se levantó de su silla y se dirigió hacia donde yo estaba, le sonreí por cortesía y luego volteé a ver a Carlos que se paró del sillón y fue a buscar sus chanclas para ponérselas. Una vez calzado, caminó también hacia la entrada. Yo caminé hacia la sala de espera para disimular que actuaba normal y que no pareciera que me quedé a esperar a ver cómo se ponía las chanclas y seguir observándolo de pies a cabeza por lo guapo que estaba. Una vez afuera en la sala de espera, hablé con la señorita que ahí atendía y agendé mi próxima cita. Caminé hacia la puerta y volteé para ver como Carlos hacía lo mismo. Ya cuando vi que venía hacia donde yo estaba di unos pasos hacia delante y saqué mi celular para disimular que checaba algún mensaje enviado. Carlos pasó al lado de mí, pero no me dijo nada. Sólo siguió caminando y se fue.

Por un momento pensé que quizás Carlos sí se había dado cuenta de lo que hice cuando le quité las chanclas. Imagínense que hubiera pasado si saliendo del consultorio Carlos me hubiera dicho algo, no sé como: "Oye, ¡¿por qué me oliste los pies?!" ¡¿Qué le hubiera respondido?! No le podía decir la verdad, pero algo hubiera tenido que inventar. En fin, logré mi objetivo.

Creo que después de todo sí fue una consulta muy provechosa.