Primero tienen que saber que soy mexicano. Los mexicanos no tenemos mucha fama de ser los más guapos del planeta, pero yo creo que tengo lo mío. Soy alto, mido 1.80 m., de piel morena, delgado (aunque cuando tenía 14 era más delgado que ahora), uso el cabello corto y éste es de color negro. Solía usar patillas, pero ya me las he quitado. Mis facciones, aunque se notan de adolescente / adulto, no han perdido mucho de la inocencia que tuve entonces, cuando niño. Mi nariz es mi atractivo principal en mi rostro, ya que es delgada y, como decimos en México 'respingada' (quiero decir, levantada, parada). Mis ojos son café oscuro, tengo las cejas pobladas y soy muy velludo. No lo era entonces...
Uno sabe desde niño que le gustan otros niños si ya se es gay desde entonces; es decir, si es tu caso y miras en retrospectiva, te darás cuenta de que tus 'amigos' de la infancia, lo eran porque te gustaban, y que a las niñas siempre las viste como 'tus mejores amigas'. Cabe aclarar que no soy obvio, es decir, no soy afeminado, ni amanerado. Si me vieses, lo último que pensarías sería que soy gay. Nunca fui obvio, de hecho. Pero como te decía, se dan los casos de que desde siempre sabes quién eres, qué quieres y qué te gusta, pero hace falta un sólo momento para que estés seguro o simplemente te des cuenta.
A mi siempre me gustaban mis compañeros que eran mis amigos, sobre todo por dos partes del cuerpo que son como fetiches para mí: el tórax (panza, barriga) delgado (no marcado, aunque no le diría que no a un abdomen bien trabajado) y los pies. De hecho, son los pies, y en especial aquellos que usan sandalias, lo que me atrae bastante de un hombre. Pero no cualquier par de pies con sandalias... no; tienen que ser unos pies muy lindos, mas bien femeninos. Delgados, sin imperfecciones... esos son los pies que me gustan.
En fin. Nunca me atreví a confesarle a ninguno de mis compañeros que me gustaba. No lo sabía, si sabes a lo que me refiero, pero hacía cualquier cosa para estar con ellos, verles sin camisa o en sandalias, etcétera. Pero llegó una persona con la que me atreví a mucho más que eso.
Un detalle más que debes saber, amigo lector, es que siempre exploré mi cuerpo en busca de placer; al menos desde que recuerdo. Mis padres me dejaban sólo la mayor parte del tiempo en casa, ya que mi padre trabaja todo el día, y mi madre, puesto que tengo un hermano menor muy latoso, siempre lo llevaba al parque o a divertirse, así que me quedaba solo. Y así, estando solo, me desnudaba y pensaba en mis compañeros, imaginándome qué sería estar con alguno de ellos así, en cueros, abrazándolo. Esto sería desde los doce años, más o menos. Y ya tenía algunas pequeñas erecciones, pero no sabía cómo masturbarme... de hecho no sabía que existiese algo como eso. Me gustaba repegar mi pene erecto en el piso o en la fría pared del baño, y así hasta que se me bajaba la erección. Cada vez que estaba solo lo hacía, en mi cuarto o en el baño, y me excitaba la idea de hacerlo en un lugar público o con alguien más. Una sola vez logré mi cometido en público pero a escondidas... lo hice en el baño de un salón de fiestas, durante el cumpleaños de una prima; me encerré en una de las cabinas del baño, y como apenas se ve por debajo de las puertas, me quité toda la ropa... ¡no sabes qué sensación! el picor y el morbo de ser descubierto me excitó aun más, y restregué mi pene como nunca en la pared del baño. Incluso cuando practicaba Tae-Kwon-Do, en los vestuarios, llegaba antes que nadie, me quitaba toda la ropa y hacía lo mismo un rato. Pero siempre seguía haciéndome falta estar con alguien... alguien que compartiera esa misma necesidad de quitarse la ropa y tocarse.
Si has llegado hasta aquí, has hecho bien. Sé que mi historia vale la pena, y aunque lo anterior pudo ser un poco aburrido, se pone más interesante mientras lees. Paso a contarte, pues, el relato.
Mi familia es muy católica. Aquí en México, de hecho, la mayor parte de la gente es católica. Y así fue como, después de haber hecho la Primera Comunión a los trece años, mi madre casi me obligó a ir a unas clases de religión, una especie de preparación para la Confirmación. Al principio me negué, pero mi madre insistió y amenazó con tantas cosas que no pude hacer más que ir. Y qué bien me hizo, amigo, qué bien me hizo.
Las clases eran en un terreno que estaba junto a la Iglesia de cerca de mi casa, en unas bancas de piedra improvisadas, todos los sábados. Allí llegué a mi primera clase, y me senté junto a un vecino mío, llamado Luis. Este muchacho es delgado (y sigue siéndolo), tenía doce años en aquel entonces, es de piel trigueña (no muy moreno, pero tampoco blanco), ojos café claro, cara lindísima, muy de niño, cabello castaño claro; y ese día, amigo..., ese día, ¡llevaba sandalias!. ¡Qué visión! Un niño por demás hermoso, pero que en ese momento no lo vi más que como mi vecino, al que un par de veces había visto en las calles jugar pelota o 'bote pateado' y sólo eso, nada extraordinario.
Al terminar la clase de ese día, a las cinco de la tarde, iría a mi casa, comería algún refrigerio y me desnudaría pensando en cosas lindas en mi recamara o en mi baño, ya que estaría solo hasta bien entrada la noche. Pero no sucedió tal como lo había planeado. Mi vecino, Luis, se regresó conmigo con rumbo a nuestras casas, platicando de cualquier tontería de la televisión y de lo aburrida que fue la clase. Había olvidado por un momento mi plan, ya que la plática fue amena y muy interesante. Cuando llegamos a mi casa, ya que no parecía querer irse a la suya, invité a Luis a comer, a lo que aceptó gustoso.
Entramos. Mi casa no es grande, pero es bella y acogedora. Se sentó en la sala y serví de comer alguna tontería. Hasta ese momento no se me había ocurrido que a él pudiese gustarle quitarse la ropa con otro hombre, ya que hablábamos de niñas y todo eso durante la comida. Al terminar lo invité a mi cuarto a ver algo de televisión y a jugar con mis figuras de acción. Cuando se sentó en mi cama lo pensé. Pasó por mi mente cómo se vería ese hermoso niño sin ropa, conmigo sin ropa también. Pero no se me ocurría nada. Hasta que se me iluminó la mente y pregunté:
- Luis, ¿te importa si me pongo cómodo? - le dije sin sonar insinuante.
- No. Por mí está bien - dijo sin más.
Mi intención no era sólo quitarme la camisa, sino quitarme toda la ropa (excepto quizá el calzoncillo), ponerme la bata de después del baño y claro, unas sandalias. Así lo hice, y al salir a él no le importó. Me vio como si no hubiese hecho nada del otro mundo. Luego seguimos platicando de cosas de la escuela, y le conté que tomaba clases de Tae-Kwon-Do, a lo que me contestó:
- Oye, ¿y ahí tienes tu uniforme?
- Sí, no me gusta dejarlo en la escuela.
- A ver, póntelo.
No me lo tuvo que pedir dos veces. Me acerqué a mi cajonera, saqué el uniforme y acto seguido me despojé de mi bata y las sandalias. Al verme así se turbó un poco, pero lo disimuló pidiéndome que le enseñara algún movimiento. Le hice una demostración y él pareció quedar complacido. Me volví a mi ropa normal, él dijo que debía irse, y así lo hizo.
Esa primera experiencia despertó en mí el deseo de hacer más. De ir por más, de buscar que él también se quitara la ropa... ¿pero cómo? era difícil decírselo de frente sin que dejara de hablarme o se enojara. Pensé incluso qué le podía decir a su papá. La única manera era hacer que pareciese un juego... y un juego fue lo que se me ocurrió.
Esa misma semana, después del primer sábado que entró a mi casa, pensé en la estrategia perfecta. Un juego, cualquiera, en el que el castigo fuera quitarse toda (aquí sí, TODA) la ropa. Y el jueves se lo hice saber. Al principio como que se quedó sorprendido, pero lo convencí con el pretexto de que ambos éramos hombres, que no había nada de malo y todo eso. Y aceptó que la próxima vez que no hubiese nadie en mi casa fuese a llamarlo (él siempre estaba jugando en la calle) para probar. Lo que más recuerdo es que al final me dijo: -"Pero te bañas, ¿eh?"- Reí diciéndole que sí.
No tuve que esperar mucho. Ese viernes mis papás llevaron a mi hermano menor al doctor. Era seguro que saldrían toda la tarde, así que en cuanto se fueron, salí con el corazón latiéndome con mucha fuerza a buscar a Luis. A mis 14 años nadie jamás me había visto desnudo que no fuesen mis papás. Pero ese día sabía que algo más podía pasar. Salí a buscarle, pero no había nadie en las canchas de básquetbol jugando, así que me fui más allá a los terrenos baldíos (hoy ya hay casas ahí) y ahí estaba, jugando con unos amigos. En cuanto me vio, se hizo de mil excusas para dejar a sus amigos, y se fue conmigo a mi casa.
Entramos. Mi casa nos recibió con silencio, un silencio de muerte, y fuimos directo a mi recámara. Teníamos camas gemelas, así que yo me senté en una y él en otra. Frente a nosotros estaba el televisor. Luis preguntó:
- ¿Y a qué vamos a jugar?
Yo ya tenía pensada una estrategia mejor que la que le conté el día anterior. Se me había ocurrido que nos quitáramos alguna o algunas prendas de ropa en competencia. El primero en quitársela correría a encender la tele (que estaba frente a nosotros, ya lo dije, pero algo lejana) y quien ganara le ordenaba al otro qué otra prenda debía quitarse. Así, el primero en quedar con poca ropa debía quitársela toda. Luis accedió.
Jugamos un poco, hasta que quedamos en pantalones, ya sin calcetines, zapatos o playeras. Así que como estábamos iguales, el próximo en encender la tele quedaba con ropa y el perdedor se quitaba todo. A la cuenta de tres, muy a propósito perdí, para quedar desnudo frente a él. Yo tenía ya catorce años y una erección que no te imaginas, así que me quité todo, me puse las manos en mi pene y mis huevos y me puse frente a él, que ya se vestía. Luis dijo:
- Pero quítate las manos también, para ver...
Retiré mis manos y mis 12 cm. salieron a relucir. Yo estoy incircunciso, así que mi prepucio descubrió un glande rosa violáceo y un pene ya algo grueso. Luis dijo:
- Oye, qué grande lo tienes.
A lo que respondí:
- Los hay más grandes.
- Pero el tuyo se ve chido. (chido es 'bien', 'cool', 'cojonudo')
Fui a donde mi ropa a vestirme, y él se quedó pensando. No dijimos nada, hasta que le pedí una revancha. Él se negó, ya que se veía que le daba miedo quedar así como yo (a la mejor lo intimidé, no porque sea muy grande, que no lo es, sino porque el de él era un pene pequeño de doce juveniles años) pero al final lo convencí. Acordamos ya vestirnos, pero el primero en quitarse la playera y encender la tele ganaba. Lógica y fácilmente gané, pero él no quería quitarse la ropa. De hecho dijo que prefería otro castigo. Pero casi lo obligué, y entonces dijo:
- Doy cinco vueltas sobre mí mismo con los pantalones bajados... no más.
Estaba en el momento de mi vida. Se bajó los pantalones, luego los calzoncillos... y descubrió un pequeño pene, lindísimo, como de 4 o 5 cms., incircunciso. Comenzó a darse de vueltas, y miré sus nalguitas... ¡qué nalgas aquellas! blancas, redonditas y bien marcaditas, con una raja de culo hermosa. Mi erección estaba a mil, así que después de dar sus vueltas, se vistió correctamente. Yo medio me vestí, lo acompañé a la puerta y se fue. Adivinarás entonces qué hice en cuanto se fue, paciente lector... regresé a mi cuarto, me despojé de la poca ropa que aún llevaba puesta, y en el suelo calmé mis ansias, esta vez tocándome, pensando en lo que había visto y que fue sólo el principio de lo que después seguiría.
Al otro día no pude hacer más que pensar en Luis toda la mañana, hasta que la bendita clase de en la tarde, del maravilloso sábado, me llevaría a volver a verle. Antes de salir de mi casa, al diez para las cuatro, mis padres me informaron con tristeza que no saldrían esa tarde, ya que habría visitas en casa. No les dije nada, contesté con un "aja"... pero en realidad me estaba muriendo del coraje... ¡no habría juego aquella tarde! De todos modos no hice un coraje delante de ellos; dije muchas cosas feas antes de llegar a mi clase a las 4.
No había llegado nadie, más que unas niñas que estaban correteando por el patio... y Luis. Lo tenía allí, frente a mí, sentado como esperándome (aunque claro, no me esperaba específicamente a mí). Cuando llegué lo saludé. Me respondió el saludo diciéndome:
- Oye... ¿hoy también vas a estar solo?
Moví la cabeza negativamente, muy desilusionado.
- Qué mala onda; yo creo que hoy sí te ganaba... tengo ganas de volver a verte.
No tuve tiempo ni de sentirme más enojado o contento, porque llegó nuestra maestra a clase. Al terminar Luis me acompañó a mi casa, pero sólo me dejó en la puerta. Ya estaban en casa las visitas. Así que, excusándome, me metí al baño a quitarme, por centésima vez en mi vida, la ropa.
Nuestro siguiente encuentro no tuvo lugar hasta el martes después de aquel triste sábado. Mi madre saldría de compras con mis tías, y como ella sabe que no me gusta quedarme con mi hermano (por muchas razones...) se lo llevó. Fue entonces mi oportunidad. Eran las cinco de la tarde cuando salí al patio donde jugaban siempre los niños. No tuve que ir a ninguna otra parte. En cuanto Luis me vio, les dijo a sus amigos que tenía que irse, y yo por un lado y él por otro (como si nos hubiéramos puesto de acuerdo) llegamos a mi casa. En la entrada me pregunta:
- ¿Te bañaste?
- Yo siempre me baño, todos los días.
Entramos a mi casa y directamente nos fuimos a mi recámara, la de las camas gemelas. En ese momento, en cuanto se sentó en la cama, le dije:
- ¿Tienes ganas de jugar?
- ¿A lo que jugamos el otro día?
Le afirmé como respuesta. Dijo que de eso no tenía muchas ganas en ese momento. Para no mostrarme muy desesperado, le dije que estaba bien. Pero no podía dejar que eso pasara así nada más. Me quejé del calor y me quité la playera. Él dijo que era cierto, que hacía calor, e imitándome se despojó de su playera. Ambos, sin playeras, nos acostamos a ver la televisión. Pero entonces el deseo pudo más, y le dije:
- Oye, ¿por qué no nos quitamos todo, nada más así? no tiene nada de malo.
Sé que ahora suena muy directo e insinuante, pero en aquel momento debió sonar tan inocente que él dijo:
- Okay, pero quedamos en calzones.
Acepté. Ese día, aún lo recuerdo, llevaba unos calzones que eran muy parecidos a un traje de baño tipo bikini, de color azul rey, de tela satinada. Yo llevaba unos similares, pero de algodón y de color rojo. Y fíjate, ahora que lo recuerdo y que veo cómo sucedió, creo que tuve mucha suerte. Cualquier otro muchacho no hubiese aceptado nada de esto desde el principio, o me hubiese acusado... pero era yo también un niño, y no medía las consecuencias de lo que hacía. De todos modos, bien valió la pena.
Estando pues los dos en esas condiciones, cada uno acostado en una cama, apagué la tele. Le platiqué que un amigo me había dicho de un juego en el que podías hacerle como si estuvieras con una mujer. Lo único que tenías que hacer era ponerte encima del otro, como si fuera una mujer el otro, y poner una almohada entre las caras, para no verle el rostro. Eso era, por supuesto, invento mío, y un paso más para acercarnos. Primero no quería mucho, pero lo convencí. ¿Te das cuenta? Las cosas se sucedieron muy rápido, sobre todo porque él aceptaba de inmediato mis 'ideas', que ahora que las repaso, pues eran muy inocentes... pero eso sí, bien efectivas.
Me tocó a mí primero estar debajo, ya que Luis sería el 'hombre'. Me puse una almohada pequeña y liviana en la cara, y él se me subió encima (todavía teníamos puestos los calzoncillos). De momento fue una sensación más bien incómoda, ya que sólo se me subió, pero no me abrazó, no hizo nada... y de repente quité la almohada. Él no dijo nada, al parecer él también creía que ese objeto hacía estorbo, así que siguió ahí un rato. Cuando decidió bajarse, yo creí que eso daría por terminado el juego. Pero me sorprendió, como me dio otras sorpresas muchas veces después, diciéndome:
- La tienes bien grande otra vez, ¿verdad?
Yo que tenía una erección incontenible, me toqué el pene mientras afirmaba con la cabeza. Luis dijo entonces:
- ¡A verla!
Como si sólo hubiese estado esperando esa oportunidad, me despojé de mis colorados calzoncillos, dejando al aire mi erecto pene, a la vista de Luis. Él se sentó en la cama en que estaba, y yo frente a él, sin nada que me cubriese. Me vio. Llamó mucho su atención el que estuviera descubierto el glande, que ya había visto la otra vez. Entonces, para estar en igualdad de condiciones, le dije que él también debía quitarse sus calzoncillos. Se los quitó, y así, desnudos uno frente al otro, me hizo algunas preguntas con respecto a que si a él también le llegaría a pasar lo mismo, que si le saldrían vellos (ya tenía unos cuantos) y no sé qué más. En ese momento sentí un deseo incontenible de tocarlo, abrazarlo y quizá hasta de besarlo. Sólo me atreví a lo primero, preguntándole:
- Oye, ¿puedo tocártelo?
Dirás tú en este momento: ¡qué directo! y a la mejor estás en lo cierto. Pero fue tan instintivo que él dijo que sí, pero sólo si él podía tocarme también. Lo hicimos. Puse mi mano en sus pequeños genitales, y se sentían tibios. Conforme jugaba con ellos, su pene se puso un poco duro, un poco levantado... se sentía tan bien. Tocó entonces el turno a Luis tocarme. Primero comenzó con mis huevos, que estaban algo blandos. Jugó con ellos y los apretó un poco. Me quejé diciéndole que me lastimaba y los soltó. Pasó entonces con mi pene, y lo primero que hizo fue jugar con mi prepucio, hasta que con él cubrió mi glande. Lo bajó y lo subió un par de veces. Se sentía tan bien, sabiendo que dos manos de un hermoso niño de 12 años jugaban con mi pene (y, entonces no lo sabía, comenzaba a masturbarme) hasta que vio el reloj y dijo que tenía que irse. Me entristecí un poco, pero me sentí feliz por lo que había pasado, así que lentamente nos vestimos, lo acompañé hasta la puerta y lo despedí. Entré a mi casa con el corazón latiéndome muy fuertemente, una erección incontenible, y la seguridad de que ya nada sería lo mismo en mi vida.
Esos fueron los dos primeros encuentros, en los que todo estaba lleno un poco como de pena, como de curiosidad, pero conforme Luis se acostumbraba a entrar a mi casa cada vez que había la oportunidad, las siguientes veces fue menos difícil que termináramos en cueros. Hicimos muchas cosas diferentes en otras ocasiones, pero ninguna que fuese digna de contarse aquí. Por ejemplo, nos frotábamos el pene con almohadas, nos tocábamos más, etc. Pero fíjate que siempre nos teníamos que inventar un juego o algún pretexto para desnudarnos. Llegó un día (yo creo que ya llevaríamos unos tres meses desde que empezó el juego) en que al entrar a mi casa y pasar a mi recámara, lo primero que hicimos, sin decirnos nada, fue desnudarnos. Entonces lo llevé, así como estaba, a recorrer mi casa. Dirás entonces, ¿por qué hasta ahora? ¿que no la había visto suficiente? Ahora que lo pienso, lo único de mi casa que hasta entonces había visto era la entrada y el camino a mi recamara. Así que ese día, yo con una gran erección (que era costumbre) y él con una pequeña (empezaba a salir de su letargo aquel pequeño pene) fuimos a la sala, donde nos sentamos en el mismo sillón... qué bien se sentía la textura de los sillones en mi piel desnuda, y más sabiendo que otro niño estaba conmigo en ese momento. Fuimos luego a la cocina, donde el frío de los azulejos del piso nos mostró una sensación diferente. Y ahí, en la cocina, estaban entre los vasos unos cigarros y un encendedor. Luis los tomó, y me preguntó:
- Oye, ¿puedo tomar uno?
- ¿A poco sabes fumar? - le respondí sorprendido... yo no sabía.
- Sí, en la tierra natal de mi papá hacía mucho frío el año pasado que fuimos, y para que se quite, fuman, así que me enseñaron.
- Entonces toma uno, pues.
Lo hizo. Sacó un cigarro del empaque, lo encendió con presteza y fumó como un buen experto. Era una experiencia muy diferente a todas las vividas hasta entonces. Un muchacho de 12 años y medio, desnudo y semi excitado, frente a mí, que estaba desnudo y también semiexcitado, fumando. Me ofreció del cigarrillo, pero sólo lo puse un momento en los labios como para no desairarlo, aunque no chupé nada en absoluto. No lo terminó, lo apagó en el lavadero, lo tiró a la basura, y fuimos directo a la recámara a acostarnos un rato.
La parte más interesante de ésta, podríamos ya considerar, 'relación', llegó algunas semanas después. Entramos a la recámara de mis papás, que estaba iluminada sólo por las tenues luces del marco de la luna del tocador. Estaba tendido allí, completamente desnudo, y junto a mí, Luis, en las mismas condiciones, cuando le pregunté:
- Oye, ¿qué se te ocurre que podamos hacer, estando así, desnudos?
Y me respondió:
- Pues yo sé de algo, pero no creo que se pueda - contestó un poco desilusionado. Sabía exactamente a qué se refería, y dije:
- Pues yo sé que entre hombres sí se puede, lo leí en alguna revista. - Y en realidad era todo lo que sabía, ya que en alguna ocasión leí algo sobre homosexualidad, pero nada más.
- ¿Y cómo? - preguntó él. Así que le expliqué:
- Bueno, primero debes voltearte boca abajo - cosa que hizo.
Y acto seguido, estando como estábamos, me le monté encima de su espalda, soltando todo mi peso... ¡no sabes qué sensación, querido lector! sentir su piel suave bajo de mí, y saber que estaba por fin realizando algo que quería desde hacía mucho tiempo. Pero aquí viene la parte que más me hace enojar de sólo recordarla. En aquel entonces no tenía idea de cómo debía penetrar. Cierto es que tenía una vaga idea, pero no pude hacerlo. Así que sólo traté de hundir mi erecto pene entre sus nalguitas, entre sus piernas, pero no conseguía gran placer. Seguí así un rato, hasta que me cansé. Entonces Luis dijo: "me toca a mi"; me voltee ahora boca abajo, y él se me subió encima. Era genial... no sentía su peso, pero sí una sensación agradable, de saber en qué posición nos encontrábamos. Entonces levantó su cuerpo, me abrió mis nalgas y encajó allí su pequeño pene, que en ese momento se sintió pequeño, pero duro. Acto seguido, se dejó caer sobre mí. Pasó sus brazos por debajo de mis axilas, y comenzó a jalarse de mis hombros con las manos, y repitió mis movimientos pélvicos, de arriba abajo, abajo arriba, y así siguió, moviéndose cada vez más rápido, mientras mis manos acariciaban sus nalgas, lentamente. Pasado un rato se cansó también del juego, así que nos acostamos. Y entonces sucedió algo imprevisto y romántico. Estando yo acostado, se repegó a mi lado, y pasó su brazo sobre mi pecho. ¡Me abrazó! Fue algo genial, tan rico que sólo de recordarlo me da un poco de nostalgia.
Esa fue nuestra primera experiencia más de cerca. Por esos días yo seguía sin tener idea de cómo penetrarlo, así que las siguientes veces que lo hicimos repetimos el proceso que ya te describí. La primera variación fue cuando él no quiso estar boca abajo, así que se volteó viéndome a la cara, y yo seguía tratando de encajarle mi pene... en medio de las piernas. Así sucedió, hasta el día en que, estando así, le toqué sus labios con los míos, y le dije una frase que escuché en alguna película, cuando un inexperto joven aprendía a besar: "dame tu lengua" fue lo que le dije, estando así de cerca... él abrió su boca, y entonces mi lengua tocó la suya... ¡mi primer beso! sabía dulce, sabía rico, a un néctar preciado que te ha costado mucho conseguir, y cuya sensación no se ha repetido jamás. Después del beso, dejé de moverme. Él estando boca arriba, yo sobre de él... y me deslicé hasta que mi cara estuvo justo frente a su pequeño pene. Lo miré, y él levantó la cabeza para verme. Le pregunté así, directamente: "¿te lo chupo?" Él me miró un tanto asombrado, y levantó los hombros diciendo: "si tú quieres...". Abrí mi boca y me metí su pene con todo y sus huevos, los lamí lentamente, esparcí saliva... olía y sabía un poco a orines, pero después de la impresión, en lugar de asco me dio gula... el sabor desapareció, seguí, lo lamí, subía y bajaba por ese pequeño aparato, lenta y rápidamente según me decía Luis. Después de eso le tocó subirse encima de mí, se movió como lo había hecho en otras ocasiones, y aunque no eyaculaba aún, supongo que sí sentía un placer hasta que se cansaba y me dejaba.
Muchas veces más se repitió esta experiencia, en variadas formas y tiempos. Había veces en que mis padres no salían por toda la tarde, sólo media hora o una cuando mucho, así que no nos desvestíamos... sólo nos bajábamos los pantalones y nos dábamos mutuamente. Por esta época aprendí a masturbarme, después de jugar con mi pene, y cuando le mostré a Luis cómo se hacía, él me contaba que lo intentaba en su casa, pero que no le salía el 'liquido ese' que me había salido a mí.
Pero, como muchas historias, esta también llegó a su fin. Mis padres, y en específico mi madre, dejaron de salir a la calle, así que ya no me quedaba sólo en casa. Al principio me molestó, pero pues me tuve que acostumbrar a dejar de verme con Luis.
Así pasaron los meses... hasta el que fue nuestro último encuentro. Luis ya tenía 13 años, y yo ahora tenía 15. Nos habíamos visto poco, aun siendo vecinos, porque estudiaba en la tarde y yo en la mañana, y los fines de semana se iba con su papá a no sé dónde. Pero llegó un miércoles, lo recuerdo bien. Invitaron a mis papás a una fiesta, a la cual no irían toda la tarde, sino más bien a dejar un regalo. Máximo una hora. Yo tenía mucha tarea, así que no fui. Pero en cuanto me senté frente a los cuadernos y junto a mi ventana... pasó frente a mi casa Luis, que iba en patines. Yo en casa, sólo, y él allí... salí corriendo para hablarle, y le dije que no había nadie en mi casa. No dijo nada, pero sí me sonrió pícaramente. Entramos. Le conté que disponíamos de menos de 45 minutos, así que no nos quitamos la ropa, ni él se quitó los patines. Entramos a mi recámara, nos bajamos los pantalones únicamente, luego los calzoncillos... y allí estaba. Ese pene que había dejado de ver por unos meses ya no era el mismo que me 'penetraba' en otras ocasiones. De un marrón más intento, más grande y más grueso, descapuchado, era ya un pene no de niño, sino de adolescente. Hablamos poco, él sólo hizo un movimiento como mostrándome su nuevo juguete... y no le dije nada. Ahora sé que debí decirle un cumplido, algo especial. Sólo me acosté en mi cama, pero no a lo largo sino a lo ancho, con las espinillas tocando el borde de la cama. Con sus patines y con un poco de esfuerzo, Luis me montó; abrió mis nalgas y encajó su pene que ya estaba erecto, aproximadamente 10 centímetros. Ahora sí lo sentí, aunque no me dolió mucho (de hecho, no me dolió). Su peso era mayor a como lo recordaba. Comenzó con movimientos pélvicos más rítmicos, aquellos que le daban placer, y lo hizo durante no sé cuántos minutos. Comencé a acariciarle las nalgas, y yo creo que el instinto me guió para comenzar a meterle un dedo en su virgen y pequeño ano. Lo hice. No se quejó, al contrario, parecía disfrutarlo. Pero el peso y la incomodidad de la posición hicieron que me empezara a lastimar mis piernas con el filo de madera de la cama. Se lo hice saber diciéndole: "espérate, me voy a cambiar de posición", pero él no dijo nada... entre gemidos de placer alcanzó a esbozar un: "aguántame"... se movía cada vez más y más rápido, y yo le metía cada vez mas profundamente el dedo en el ano, soportando el dolor en las piernas, y de repente dejó de moverse... me apretó el pecho con fuerza con sus brazos y luego me repegó a él una... y otra... y otra vez... y ya no se movió... sólo podía escuchar su respiración agitada, y algunos gemidos... Al voltearme y cambiar de posición por mis doloridas piernas, vi la cosa más maravillosa... unos hilillos de líquido transparente le corrían por las piernas, salidas directamente de su pene. Alcancé a decirle: "ya ves, ya te salió" y en eso sonó el motor de un auto en el estacionamiento. Temiendo que fuesen mis padres, le pedí que nos subiéramos los pantalones, lo despedí a la salida... y esa fue la última vez que estuve con él.
Luis sigue siendo mi vecino. Ahora, como dije al principio, ya tengo 18, y él tiene 16 años. No me he podido quedar sólo en casa últimamente, pero cuando llega a suceder salgo a buscarlo con la esperanza de verle. Pero él ya no es el mismo. Dejó la escuela y se dedica a hacer pillerías con otros vecinos, así que no creo que quisiera hacerlo de nuevo. No sé qué piense, o si él es gay o hetero... a la mejor hasta bisexual. Lo que sí sé es que, como mi primera experiencia, jamás voy a olvidarla...
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